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Según leo, la telebasura sigue encandilando al personal. Cuando creíamos que por fin se había puesto fin a las corralas de plató entre macarras buscavidas y chonis del postureo, ahora las cadenas televisivas se han decidido a invertir en contenidos que dan pena y vergüenza. Series de bajo presupuesto que remueven los estercoleros de la miseria humana; los más bajos instintos al servicio del entretenimiento y del dinero, en una apuesta porque el famoseo lave los trapos sucios de su vida y familia fuera de casa y se confiese ante la audiencia ansiosa, con revancha y por venganza y, además, por la gran necesidad que tienen de hacer caja. Ni Diógenes hubiera podido reunir más porquería en tan poco tiempo.
Pero la industria televisiva ni quiere oír hablar de inmundicia, ni se conmueve por la falta de escrúpulos. Todo lo que importa es alcanzar condición de trending topic en redes sociales y disparar a lo imposible las cuotas share y las cuentas de resultados. Lo que, prescindiendo de anglicismos y en cristiano, significa que la audiencia ha vuelto a picar el anzuelo de la cultura del linchamiento y el chismorreo. Y, para ello, nada como que los ángeles caídos de todo sexo salgan de sus panteones —achacosos, deslucidos, viejos y atocinados— para intentar volver a ser lo que fueron antes de sus ruinas, al tiempo que aprovechan para poner un poco de alegría a sus mermadas cuentas corrientes. Igual da que en origen fueran vedetes o bandidos, unas y otros tienen mucho vicio que contar y la deslealtad no conoce castas. Y, lo siento, pero no. Ya tuvimos bastante con tantos años de «Tomates» y «Sálvames» al por mayor; con tantas tardes entre busconas bravuconas y vividores bocineros; con tanta pantalla ocupada por catetas del cuento para sus mil y una noches de cama y pormenores para nunca acabar; con tantos primeros planos de caraduras calvos, nobles deslenguados, palurdas pechugonas y aquellas otras tantas yeguas caponeras de belfo vultuoso, empeñadas en ser cabestros de cualquier mulada o caballada cerril. Así las define el RAE.
Mala escuela es encogerse en el sofá con lo peor de cada casa. Mal futuro tiene sustituir programas de horteras en cotilleo vespertino por series de odaliscas de circo y supermanes de fiesta que regresan a escena por vengar sus propios dramas. Para superar traumas y apartar fantasmas nada como una visita al psiquiatra y, a familia y amigos, dejarles vivir en paz. El mundo de ayer y hoy está lleno de hombres y mujeres dignísimos, cuyas historias, además de distraer a la audiencia, serían mejor ejemplo para recuperar los valores perdidos.
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