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Kit de supervivencia. Las empresas del miedo social venden y por wasap se han disparado las preguntas sobre cuáles son los kits más completos y a mejor precio para 'enratonarse' no se sabe dónde y sobrevivir a las situaciones presumibles de emergencia. Desde que Trump y sus multimillonarios socios de la tecnología llegaron a la Casa Blanca, el hambre humana y al punto alienígena de estos tipos se ha hecho sentir sobre el planeta Tierra y los contribuyentes de la humanidad se han echado a temblar. Más en el primer mundo que en ese otro, tan perdidamente africano, negro y distante de lo nuestro, que desde hace siglos vive en la miseria absoluta, soñándose en algún imposible de estrellas que les dignifique un poco.
Kit de supervivencia. ¿A qué viene llenarse tantos discursos políticos de latas de conserva, baterías alcalinas, agua embotellada, medicinas, dinero en efectivo y cecinas de todo bicho viviente donde poder lamber las primeras setenta y dos horas del colapso mundial? Bruselas prefiere defenderse sembrando el miedo que renunciando a sus altísimos sueldos y dietas de sanguijuelas comunitarias. ¿Cuántos billetes de avión se expiden semanalmente para tanto parásito? Falta porque avisen de que, llegado el caso, se levantarán temporalmente los vetos a la caza de lagartas, lagartos y lagartijas (por eso de que no se diga que no continúan avanzando en la lucha contra la discriminación de género); de que los chuchos mil-leches y las chou-chous con pedigrí podrán sacrificarse dentro del mismo plazo, sin necesidad de hacer papeles y siempre en aras de una situación extraordinaria y por facilitar abasto al pueblo común; de que se prorrogará setenta y dos horas el estar al corriente de los pagos a la Agencia Tributaria, y de que, para morirse, si es dentro de las setenta y dos horas, solo hará falta tener ganas porque de lo demás ya se encargarán ellos.
Kit de supervivencia. En mi alrededor inmediato, frente a este teclado del ordenador donde mi corazón se llena de murrias y mi cabeza de rabias, miles de personajes salen a mi paso de esos poco más de cuatro mil libros de mi biblioteca con historias de toda suerte y todo tiempo. Hay quienes son amantes de Lady Chatterley, otros lobos esteparios, licenciados Vidriera, Robisons Crusoes, caperucitas en Manhattan, quijotes de la Mancha o, simplemente, principitos rubios con bufanda a los que Saint-Exupéry averió el avión en mitad del desierto del Sahara para que se las arreglaran como buenamente supieran para poder sobrevivir. No sé si será por lo del kit, pero el asunto me ha quitado el sueño y me he puesto a leer.
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