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Ayer domingo los pitidos del wasap me despertaron con el mensaje más complaciente y necesario para los corazones cristianos. Las felicitaciones de la Pascua de Resurrección vienen a recordarnos que hay posibilidades de vida mucho más allá de la gran sombra de la muerte y, aunque tanto optimismo solo podamos confiárselo al gran misterio de la fe, no estamos para desestimar perspectiva alguna de esperanza. Tal vez porque como creo recordar que dijo Antonio Gala, «la religión es una luz para comprender la oscuridad del mundo». Tal vez porque la nada absoluta es demasiado negra y espesa como para decidirse a regalarle alegremente el sueño del fin, sin dejarse atravesar por un gigantesco escalofrío. «¿En qué piensas tú, muerto, Cristo mío?» preguntó Miguel de Unamuno a aquel Cristo de Velázquez ante el que durante siete años escribió dos mil y pico versos, para intentar aclarar sus dudas sobre la existencia de Dios y la trascendencia del ser humano. Corría el año 1920 y ya había terminado la Primera Guerra Mundial, aunque los horizontes empujaban otros peligrosos nubarrones con los que se iba a hacer difícil celebrar futuras Pascuas o conciliar a pata suelta el sueño.
Valga todo este preámbulo como arranque de una mirada rápida a la realidad que nos rodea, a pesar de ser Lunes de Pascua y los muchos mensajes de felicitación recibidos. Más allá de que unos hayan aprovechado la Semana Santa para renovar la fe de sus corazones y, otros, para simplemente descansar, hoy el mundo se ha levantado con los mismos gritos de guerra. Da igual en lejanía (Ucrania, Israel…) que en cercanía (¡ay, la Españita rota!). Todo se asemeja a un aquelarre del que no sabemos si escapar con la resignación o, lo que es peor, con la indiferencia. Pero así nos ha ido adoctrinando el sistema, desapegándonos de lo nuestro para que no nos entren ganas de pelear por ello. Para eso están los mediadores, ¡coño!: esa suerte de angelitos de la paz con bisoñé, a sueldo de la política y del poder, que todo lo más que llegan a dar es la risa. Y, entretanto, los misiles de Medio Oriente siguen cruzando las pantallas del televisor. Y, entretanto, Putin continúa amenazando al mundo entero con el entrecejo. Y, entretanto, Puigdemont entra y sale de los reservados de trampas, trueques y permutas. Y, entretanto, Pedro Sánchez ha regresado de Doñana para negar cuantas veces haga falta su falta de escrúpulos y ambición. Porque, ¿quién se atreverá a decirle que ya cantó el gallo?
¡Ah! ¡Menos mal que sigue pitando insistentemente el móvil! ¡Feliz Pascua de Resurrección para todos, queridos lectores!
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