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Los meses de verano son de los pueblos. Aunque ya no sean aquellos veranos de antaño, cuando, llegadas las familias de Madrid, Bilbao o Barcelona, el abuelo llevaba a los nietos al «prao» a montar el burro o a pescar en el río sardas. Eran aquellos veranos de siesta y persiana, de bicicleta, charca y verbena; veranos en los que pocas veces sonaba el teléfono porque todos los de la familia estaban en el pueblo, o sea, en casa.
Para los jóvenes aquellos veranos eran también los de «engolondrarse». Las 'primas' que venían de fuera se hacían irresistibles para los del pueblo, porque tenían un «noséqué» más atrevido, una falda más corta y unas formas de comportarse más desenvueltas y descocadas. A la manera de las chicas de ciudad grande, decían. Nada que ver con los repulgos a los que acostumbraban las mozas del pueblo chico, a todas luces, más comedidas y timoratas.
Aquellos veranos, sí, eran veranos y no los veranos de hoy, donde no hay alcalde que no ande a vueltas con el «programa cultural», teniendo que poner muchísima imaginación y ajustadísimo presupuesto para poder atraer a la gente y que el personal se entretenga. La despoblación significa también eso: vivir pocos en silencio diez meses al año y, los otros dos restantes, vivir con pocos más en el ruido del verano. Siempre temiendo que cada año puedan venir menos; siempre evitando hablar de los censos que han caído en picado; siempre suspirando y cruzando los dedos por esos jóvenes que trabajan y viven en el pueblo; recelando, de que cualquier día vendan sus ganados, hagan las maletas y digan adiós al pueblo y al verano, ¡por siempre, jamás!: que es expresión que hace más largo el tiempo y pone más énfasis en la despedida.
El próximo sábado, 1 de julio, Martinamor celebrará el centenario del nacimiento de Rafael Farina. Uno más de esos pueblecitos salmantinos que también se duele de la soledad rural y del envejecimiento. El homenaje al Rey de los Gitanos, al menos, colgará el nombre del municipio en los medios, atraerá gente y dará que hablar. Cuando en 1923, Jesusa Motos se puso de parto y dio a luz al churumbel en el «pajar de los pobres», a la entrada de Martinamor había un cartel que decía: «Gitanos de paso». Lo que era lo mismo que permitirles estar en el pueblo para descansar un poco y, luego, mula «alante» y arreando a otro sitio. De haber sabido que aquel gitanico iba a llegar tan lejos con la copla y el fandango, no le hubieran dejado salir nunca de allí. Lo mejor de cien años después es que vayan desapareciendo los estigmas. Lo peor, que los pueblos tengan que clamar por tener gente y moscas.
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