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Cuando los aviones de la Patrulla Águila -grupo de vuelo acrobático del Ejército del Aire y del Espacio Español- vaciaron los humos rojos y gualdas en el cielo de Salamanca, la bandera de España pareció querer venir a arropar ese gran sentimiento de orfandad patriótica del que hace tiempo se lamentan muchos españoles.

Salamanca ha sido este año la ciudad que ha tenido el honor de acoger la celebración del Día Nacional del Veterano de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil, y mil cuatrocientas personas de la gran familia militar han paseado sus calles con una discreción, sencillez y cercanía que, además de admirables, los convierte en un colectivo ejemplar. La Cultura de Defensa va mucho más allá de conocer y ovacionar el trabajo de los ejércitos para asegurar las libertades y garantizar los derechos de la sociedad. Busquémosla mejor en lo que sostiene a los hombres y mujeres militares en sus adentros; en lo que no se ve; en esos valores de dignidad y honor que están detrás de las condecoraciones y medallas que adornan los uniformes. Porque, como con buen acierto escribiera Calderón de la Barca, «aquí a lo que sospecho / no adorna el vestido el pecho / que el pecho adorna al vestido». Y es que don Pedro, además de ser uno de los grandes literatos de aquel Siglo de Oro que tanto lustre dio a la Universidad de Salamanca, hizo también carrera militar y sabía muy bien de lo que hablaba.

Han pasado ya muchas lunas desde entonces y se han sucedido muchas generaciones, pero los versos de Calderón ni se han desactualizado, ni perdido vigor. La milicia continúa siendo esa «religión de hombres honrados» y principios inviolables con los que se vive también cuando se llega al retiro: «Y así, de modestia llenos, / a los más viejos verás / tratando de ser lo más / y de aparentar lo menos». Y tal que así lo hicieron. El patio del Cuartel de Ingenieros General Arroquia fue una preciosa estampa y desfile de dignidad veterana, ante los que personas de toda ideología y condición se sintieron repentinamente vulnerables y hondamente empequeñecidas. Pelos de punta, lágrimas en flor, corazones encogidos... ¡Cómo se aligeran los músculos y se orean los «pordentros» cuando uno se aleja de las grescas políticas, de la frivolidad campante y rampante, de los preciosismos retóricos fatuos, del desencuentro, de la hostilidad! A pesar de que los manuales oficiales de los nuevos tiempos hayan castrado los valores y pretendido llenarnos de complejos, existen formas de ser y hacer a las que deberíamos prestar más atención. Aunque sólo sea por egoísmo y para asegurarnos mejor futuro y vida.

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