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Escribo esta columna a pocas horas de conocer quiénes estarán entonando en este lunes de 24 de julio los cantos fúnebres de la derrota. Como he sido de las que he votado por correo, alguien debió meter mi voluntad democrática en la urna, y hoy mi voto ya estará contabilizado y arrumbado en alguna montonera; eso sí, en fiada custodia por si no salen las cuentas y hubiera que volver a escrutar.

La campaña electoral, por la rareza de las fechas y la importancia de lo muchísimo que hay en juego, ha sido tórrida, irrespirable y canicular; aunque yo haya podido vivir sus últimos días despanzurrada en una tumbona de la Costa del Sol, con el runrún del mar meciéndome los oídos y los rugidos de mi vecino de sombrilla regurgitando al aire rosas rojas y retahílas de socialista ictérico y escarmentado. Les cuento. Mi vecino de sombrilla era uno más de aquella izquierda con cabeza que miraba a España con el corazón. Pero los desbarres, trápalas, arrogancias y resabios de Pedro Sánchez le habían llevado a perder «la color». ¡Cuando el alma se queda sin siglas, es una desgracia, señora, créame!, me confesó ronco de rabia y dejando resbalar un lagrimón, mientras tiraba los ojos al arriba lejano por buscar pañuelo en el arrullo difunto de su padre. ¡Ay, señora, de poder verlo, a mi padre este PSOE le daría repelús y asco! Y después, bla, bla, bla y más bla, en arrebatada incontinencia verbal y emocional, hasta que, afortunadamente, apareció un morenazo senegalés para regalarnos una sonrisa y vendernos un bolso.

Ignoro en qué hombro estará llorando hoy mi vecino de sombrilla, porque, con Pedro Sánchez dentro o fuera de Moncloa, mientras el partido socialista le tenga como líder todo continuará siendo un «tener que desenrabietarse». Ignoro si hoy España podrá celebrar la vuelta a España. A nadie se le escapa que, por mé de Zapatero, por mé de Pedro Sánchez, nuestro país ha llegado a los límites de una aberración democrática y de una ruina donde lo poco que queda en pie peligrosamente se tambalea. Pero no es la primera vez que hay que comenzar a reconstruir. No es la primera vez que España ha de salir con sus quijotes a conquistar España, aunque sepa que en los caminos van salir a ladrarle las perras y los perros. Que nadie ya se queje por el zumbido de las moscas, porque para eso es mes de julio y de verano, y lo que importa es poder seguir hablando del sol y de España. Que nadie ya pierda el tiempo buscando poner más soga en el cuello del ahorcado, porque en día de esos que se llaman «días cero» la mañana ha de levantarse sin sombras y todo futuro está por hacer.

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