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A Anabel Alonso (actriz, presentadora, humorista, voz de doblaje y no sé cuántos oficios más) no la conozco personalmente, pero sí por defender el papelón de Benigna en la serie «Amar es para siempre» durante doce años. Mantenerse en televisión durante tanto tiempo con récords de audiencia no es por «trincar», ni por declararse de izquierdas, sino por levantarse a las cuatro de la mañana y esperar la furgoneta que te lleve a plató, para regresar a casa diez o doce horas después, pegarte una ducha y ponerte a estudiar el guion del día siguiente. Pero esto no parecen tenerlo en cuenta los depredadores de las redes sociales, quienes en cuanto se han enterado de que Anabel va a ser pregonera de Béjar, se le han lanzado a la yugular para poner en escena el espectáculo de esa España donde todo se hace un vivo morir. Menos mal que a la actriz esto le ha importado un «chin-pún». A estas alturas de la malísima película democrática que se viene rodando en este país de unos años para acá, no cabe sino pegar un corte de manga a la «vampiresca» patria, ensanchar la sonrisa, coger los papeles e irse a Béjar a pregonar las fiestas, que al fin y al cabo es para lo que la han llamado.

Los alcaldes no nombran a sus pregoneros para defender sus siglas políticas sino para poner altavoz a sus festividades, a su cultura… y a sus gentes, sin distinción de sexo, raza o cualquier otra condición. Nada importa más que eso. Aunque algunos no sean capaces de meterse en el magín los más esenciales principios de convivencia. Y ha sido que solo un primer bobo acusara a la pregonera de querer «trincar», para que de las cloacas comenzaran a salir las ratas internautas repitiendo como bobos-clon el mismo mantra: ¡trincar, trincar, trincar! Así se expresan las milicias sociales en cuanto tienen una red delante. Apuntan y pegan el tiro verbal, sin conocer datos y sin tener necesidad de ponerse el pasamontañas. Porque con la palabra «trincar» ya han dejado presentada públicamente a la pregonera como mangante, sin temor a que los tribunales juzguen a semejantes bestezuelas por falsa incriminación.

El asunto, una vez más, ha dejado al descubierto la indefensión de muchos personajes públicos y el hambre atroz que tiene la España más sectaria y cainita. Cualquier cosita viene bien para morder y abrir herida. A este paso nos vamos a quedar sin fiestas y sin pregoneros. Porque será que llame un alcalde a alguien para tal fin y venir a responder lo que tantas veces escuché decir a mi querido Alberto Estella: ¡Se lo agradezco, alcalde, pero, tal y como está el patio, que los divierta su padre! ¡Qué pena!

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lagacetadesalamanca Anabel Alonso, la pregonera