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El domingo, Unionistas se hizo mayor de edad definitivamente. Sí, aunque todavía no han pasado trece años desde su fundación, el tercer gol de Osasuna Promesas provocó una imagen inédita en el Reina Sofía, que nadie podría imaginar en un club que siempre ha alardeado de no ser como los demás. Corría el minuto 79 de partido cuando Sixtus marcaba el tanto que dejaba al equipo a tres puntos del descenso, y buena parte de la afición se levantó de sus asientos y comenzó a abandonar el estadio. Para cuando el árbitro pitó el final del encuentro, de las 4.211 personas que abarrotaron el feudo unionista, solo quedaban animando algo más de la mitad. Histórica estampa.
El club ya había dado síntomas esta temporada de que empezaba a crecerle pelusilla debajo de la nariz. Los enfrentamientos en la grada de animación por la irrupción de un grupo, denominado «ultra» por la mayoría, provocaron incluso que en el partido contra la Segoviana se escucharan insultos y dos cánticos entonados al mismo tiempo, o que en el desplazamiento a Zamora se organizaran dos corteos y se llegara a las agresiones físicas en un momento.
Es lo que tiene crecer: que ya no puedes controlarlo todo. Y, por desgracia, el fútbol autogestionado, de socios y para socios, también puede sufrir en sus propias carnes lo peor del deporte rey: la intolerancia al fracaso y la violencia. La directiva tiene mucho trabajo por delante para enderezar esta situación si quiere que su afición no pierda esa pátina inmaculada a la hora de animar al equipo.
Es más, tal y como está el fútbol capitalino, podríamos decir que aquellos aficionados que todavía van al Helmántico —cada vez menos, todo hay que decirlo— sí que son como aquellos irreductibles galos de los cómics de Astérix y Obélix. Todavía no entiendo cómo alguien puede ir a un campo de fútbol después de saber que el presidente de la sociedad ha dicho que no se van a renovar los carnés de abonados que hayan tenido una actitud crítica con la gestión del club. Con un par.
No es la primera vez que ocurre un desafuero como este. Durante el parón invernal, las redes sociales del Salamanca bloquearon cuentas de seguidores que no comulgaban con cómo se estaban haciendo las cosas en la entidad blanquinegra. Y así está el fútbol...
Pero, qué quieren que les diga, las cuitas de ambos clubes no pasan de divertirme cuando leo la sección de Deportes de LA GACETA. Para un enamorado del balompié como yo, me preocupa mucho más que, fin de semana tras fin de semana, la violencia se convierta en protagonista en los terrenos de juego del fútbol base salmantino. Hace tres días, sin ir más lejos, en el Complejo Deportivo Rosa Colorado —donde el Ayuntamiento va a invertir más de un millón de euros para renovarlo de arriba a abajo— se produjo el penúltimo incidente. En un partido de la Segunda División infantil, en un encuentro de chavales de apenas trece años, durante una agradable tarde en la que un montón de niños salieron de su casa con la ilusión de hacer deporte en equipo y pasárselo bien, un delegado del Jai Alai recibió un tortazo y un cabezazo cuando protegía y acompañaba al árbitro hacia el vestuario, después de que miembros de la afición rival intentaran intimidarlo. De poco servirá el inmediato comunicado del Santa Marta para condenar los hechos. Hemos leído muchos en términos parecidos, de más de un club. Así que, o se toman medidas reales para hacer desaparecer la violencia del fútbol, o acabamos matando este deporte.
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