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Vivo con desazón cuestiones que no tengo claro que preocupen del mismo modo a mis conciudadanos. Puede que tenga que ver con una cierta deformación profesional, de una parte, o con mi formación, compromiso y tareas actuales, de otra. No se trata de ponerse divino, como decía una amiga mía, pero algunas de las cosas que se ven en televisión rompen en mi opinión las mínimas normas de la ética, siendo consciente de que juzgar el comportamiento humano ni es tarea posible, ni que me corresponda. Soy profundo defensor de la economía de libre mercado y aplaudo cualquier acción que favorezca al sector de la hostelería salmantina como motor económico que es. Por ese motivo, no pretendo criticar el hecho de la invitación cursada por un hostelero de la ciudad a unos cuantos protagonistas de un formato televisivo basado en la convivencia de jóvenes recluidos en una isla paradisíaca, previa selección de los participantes, con particular foco en parejas reclutadas, con seguridad, no por su formación y capacidad intelectual. El objetivo del programa no es otro que el de hacer de la infidelidad un show, llegando a límites insoportables. Otra suerte de Big Brother, en un ambiente aún más macarra y pringoso.
No imagino esa misma discoteca llena de jóvenes en un acto de conmemoración de los veinticinco años de la desaparición de Carmen Martín Gaite. Repito que no es cuestión de ponerse divino, aunque tendremos que poner freno de alguna manera a cuestiones que hacen de lo humano algo tan mundano. Esos chicos y esas chicas protagonistas televisivos por un rato, disfrutan de su pseudofama hasta que la mecha se apaga. Y se apaga. Algunos se reengancharán a la tele, en función de cuánto despierten de polémica o atractivo en las redes sociales que, si están para eso y para su uso político camino de la deshumanización y la lobotomía general, solo para engordar el poder y las fortunas de Musk y Zuckerberg, más valdría cerrarlas. Así que espero que sea un éxito la acción programada por el bien de un negocio local, pero me reconozco espantado en caso de que se produzca.
Por si fuera poco, hay programas que utilizan a niños a los que hacen estrellas por un día, sin pensar en qué será de ellos cuando se disuelvan como un azucarillo en el agua. Aquí conocemos ejemplos. No sé de un solo mensaje de este «gobierno progresista que defiende la vida de la gente», contra este uso de la infancia que me parece infame. Especialmente ahora, cuando el número de suicidios entre los jóvenes se ha disparado hasta el infinito. También han vuelto programas de personas anónimas que van a dirimir sus cuitas a los platós —la mayoría, si no falsas, engordadas—, como reviviendo a Juan Imedio en su Canal Sur, donde tiene su espacio, su entorno, su público y su coña, que diría el propio presentador. Vaya gaita, para Gaite.
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