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Mujeres...

El otro gran no reconocimiento es el machismo. Tan arraigado como una lapa a la roca que le da cobijo

Lunes, 10 de marzo 2025, 05:30

Ante un problema de importancia, los profesionales que más conocen el comportamiento humano apelan al reconocimiento como primer avance. Tengo la sensación de que es algo que en España nos cuesta, y mucho. Tal vez por ese motivo, estamos muy lejos de la media de la Unión Europea en asistencia psicológica, a pesar de que la demanda haya crecido por encima del treinta por ciento desde la pandemia. El presidente Mañueco ha presentado un plan de mejora en ese sentido, con especial incidencia entre las personas de mayor edad y en los ámbitos rurales y más despoblados. Otro avance.

Entre esas cuestiones que no reconocemos como pueblo están obviedades como que pasamos por un túnel llamado dictadura o que el rey emérito nos engañó, defraudándonos muy por encima de un elefante asesinado y una cadera rota, aunque su papel en un momento de la historia pudiera ser loable; que hasta eso llega ya uno a dudar, viendo el final de su historia. Tenemos problemas que resolver. El racismo es uno de ellos. Lo haremos cuando reconozcamos el papel de subsaharianos y sudamericanos que rellenan esos puestos de trabajo que nuestros jóvenes y desempleados de larga duración no quieren ver ni en pintura, y que son de primera necesidad para nuestra forma de vivir en una tierra de tradiciones. El otro gran no reconocimiento es el machismo. Tan arraigado como una lapa a la roca que le da cobijo. Igual ese es el problema: todavía hay quien da abrigo a una certeza como la muerte de mujeres a manos de hombres, por el simple motivo de que consideran que son suyas, que son sus jefes y que ellas tienen que cumplir con el mandato como lo hicieron sus abuelas. Esto es, no deberían hablar de lo que no les corresponde; no deberían casarse con quien desean; el sexo es solo para el hombre -para la mujer, cuando este lo solicita-; no deberían votar y menos aún tener sus propios negocios. Y a la universidad, solo porque así retrasamos su llegada a un mundo laboral sobresaturado.

Seguimos viendo en determinados canales películas de cómo actuaban aquellos hombres a los que se llamaba «rodríguez». Estar de rodríguez significaba pasar solo los meses de canícula trabajando en la ciudad, habiendo llevado a la familia a una casa en el campo o en la playa, para que «disfrutasen del verano». Pero ¿quién lo disfrutaba más? Hay algo más odioso que la hipocresía, pero tendría que tirar de una profundización que seguramente no toca. La misma de personajes como los miembros de la 'corte del oval' en su ritual de testosterona frente Zelenski. Australopithecus morales que aún creen que, por llevar un traje de pésimo gusto, dicho sea de paso, y haber alcanzado el poder, la razón los acompaña. Dios bendiga a las mujeres. A todas las que han luchado contra el establishment, sin llevarlo a los extremos donde todo se pudre.

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