Las enfermedades nos cambian la vida. Es ese momento en que el cuerpo parece rendirse ante el embate de los enemigos internos que es posible que nosotros mismos alimentemos con cantidad de elementos que nos van dañando. Somos nuestros propios hackers, introduciendo malware (software malicioso) Estamos permitiendo que el tipo de vida nos lleve a una alimentación cargada de azúcar, que utilizamos como premio a los niños a los que estamos convirtiendo en diabéticos a medio plazo, y de productos ultraprocesados, que al publicitarse nos aseguran no contener aceite de palma, como si con ello se pretendiera poner un sello de calidad alimentaria tan falso como el resto de argumentos ficticios que se utilizan en sus promociones. Cuando llega ese momento, no retrocedemos mentalmente para reflexionar en todo esto. No estamos en condiciones de hacerlo. Nuestra mente está en pleno proceso de aceptación y adaptación a la nueva realidad. De modo que solo puede trabajar en asumir el impacto y proponerse una meta inmediata: sobrevivir.

Publicidad

Resulta tan gratificante escuchar a mujeres que han superado su cáncer que es difícil contener la emoción. Un grupo de ellas, entre las que se encuentra la abulense Almudena Sánchez, va a desafiar a la Antártida. Su objetivo es hacer más visible su enfermedad y concienciar en dos vías: mayor inversión en investigación y controles más frecuentes entre las jóvenes y menos jóvenes, para que se realicen pruebas diagnósticas preventivas. Este tipo de retos nos demuestran que el ser humano es capaz de conseguir cualquier meta por extraordinaria que esta nos parezca.

Hablando de objetivos, ¿qué impulsa a un joven a salir de fiesta una noche portando armas blancas o armas de fuego en sus bolsillos? Cuando leo que se dan en nuestra ciudad reyertas de este tipo, no salgo de mi asombro. Tengo la sensación de que nos estamos norteamericanizando. ¿Alguno de ustedes sabría cómo hacerse con un arma de fuego? Hay jóvenes que sí, al parecer. Creo firmemente en la responsabilidad común para lograr fines como sociedad. Ahora bien, no todos tenemos la misma carga, porque eso solo puede medirse en función de las posibilidades de cambiar las cosas. Mientras la escena pública sea un vertedero de declaraciones inútiles, baldías, vacías y destinadas exclusivamente a instigar a la destrucción del enemigo, estaremos mostrando a los jóvenes que el camino es derrocar al oponente a toda costa y por todos los medios. Entonces, cómo escandalizarnos cuando en la plaza del Oeste, ya sin sus árboles, haya campos de batalla los fines de semana... ¿No sería mejor sentarse a ver si, entre todos, somos capaces de ofrecerles objetivos comunes que les motiven? O a mejorar la puntuación del informe de la Fundación Areces y el Instituto Valenciano de Estudios Económicos, que no es como para que nos sintamos muy ufanos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad