Nos ha quedado un panorama endiablado. Gracias a una ley electoral que necesita una reflexión, y una reforma, el reparto de escaños del Congreso lo ha convertido en un mercado persa. ¿A cuánto está el escaño? Los partidos a los que no todos los españoles podemos votar en unas elecciones generales son los que van a mandar en la posible legislatura. La suma de Pedro Sánchez para volver a ser presidente del gobierno de España pasa por ciertas concesiones. Primero, a Sumar, de Yolanda Díaz, un partido formado por 15 partidos. Después a sus ya compañeros de fatigas ERC y los 'honorables' EH Bildu. Pero se suma un esperpéntico socio más a este conglomerado. El fugado de la justicia Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat de Cataluña y líder de Junts.

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Nunca el independentismo ha estado tan cerca del poder. Tan dentro. De controlar la jefatura del Gobierno de un país que detestan. Es incongruente. Y curioso. Pere Aragonés ya le ha advertido a Pedro Sánchez que si quiere ser presidente tendrá que cumplir con la «agenda catalana». Y ya sabemos lo que hay escrito en esa agenda. Los valencianos de Compromís hablan de «agenda plurinacional», y Díaz ya ha dicho que vamos a por una «nación de naciones»… no hay referéndums para tanta nación.

En ERC piden al presidente que «se mueva». Y se ha movido… está en Marruecos. Tal vez allí tenga algo que negociar. Y ojo, porque no les vale un dos por uno. Los de Junts han avisado de que de sus votos hablarán ellos. Que los republicanos de Rufián pidan lo que quieran y que ya vendrán de Waterloo a pedir por otro lado.

Puigdemont podrá exigir una suite en la Moncloa. Podría ser un gran ministro de Exteriores aunque ande justito de valor porque aún no ha sido capaz de pisar un tribunal español desde que saliera de Barcelona escondido en el maletero de un coche para afincarse en Bélgica.

En esta fórmula mágica no podía faltar EH Bildu. Sánchez necesita el sí de Bildu después del no a un homenaje al concejal del Partido Popular asesinado por ETA, Miguel Ángel Blanco. Y dicen que no porque lo propone Vox. Cualquier excusa les vale para no condenar el terrorismo y para no colaborar con los 300 crímenes que quedan por juzgar. 300 crímenes impunes de la banda terrorista ETA, la del coordinador general de EH Bildu.

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Otegi podría ser un nuevo ministro de Derechos Sociales, sucesor de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, y que marque la agenda 2030. Aunque tal vez el objetivo del terrorista es convertirse en lehendakari en 2024, cuando el País Vasco se enfrente a una de las elecciones autonómicas decisivas, donde Bildu podría sorpasar al histórico PNV, como ya ha sucedido en el Congreso.

Es realmente estridente escuchar a cualquier dirigente abertzale hablar de «derechos sociales», de que son ellos, junto al PSOE, los que representan una «mayoría social».

Podemos estar, una vez más, ante un nuevo distanciamiento del País Vasco y Cataluña del resto de España. Más privilegios. Ya ha dicho la ministra de Hacienda que la financiación autonómica hay que revisarla. Estoy segura que no será para beneficiar a Castilla y León. Ni a Extremadura o Castilla-La Mancha.

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Parece que no tienen los mismos derechos uno de Santa Marta de Tormes que una de Santa Coloma de Gramanet. Y ya solo puedo imaginarme a Sánchez como una especie de tío Gilito soltando billetes. Que vaya sacando la chequera del país porque aunque dijera la ex ministra Carmen Calvo que el dinero público «no es de nadie», vaya que si lo es. Es más bien de todos. Con estos socios ya apenas hablamos de Sumar, ni de Podemos. Una ultraizquierda descafeinada comparada con ERC o Bildu. Pero Díaz tendrá que entrar, aunque sea por la mínima, en el Ejecutivo. Aquel amoroso Pedro-Yolanda del debate televisivo tendrá que revalidarse en el Consejo de Ministros. Pero antes tendrá que poner de acuerdo a las 15 formaciones de su formación.

Pero de todos, la línea roja infranqueable que tendríamos que exigir sin condiciones en este país debería ser con el partido político de Otegi. Pero ahora mismo, y no sabemos a cambio de qué, Bildu es el partido más cariñoso con Sánchez. A pesar del PNV.

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