Una mañana cualquiera, antes de que suene el despertador, abres el ojo y un pensamiento te taladra la cabeza. Eres independentista. Separatista. Quieres un referéndum y te levantas reivindicando tu derecho de autodeterminación. No sabes muy bien de dónde te ha venido pero a partir de ese día no tienes otra causa mejor para defender que la de no pertenecer a España.
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Imagina, querido independentista, querer abandonar el flamenco. Imagina no ser español y que en el origen de tu cultura, de tus pueblos, no esté la tauromaquia. Que prescindas del valor medioambiental del campo bravo. Piensa en tener que dejar atrás el legado de Velázquez, de Sorolla, de Goya, de Cervantes, de Lorca, de Farina, de Rocío Jurado, de Lola Flores… o de María Jiménez. Por cierto, a quien me lea, quiero un funeral como el de María Jiménez. Con cante y baile. Y un último paseo en coche de caballos. Dicho queda.
Imagina tener que desentenderse de La Giralda y la Torre del Oro, la basílica del Pilar, las dos catedrales salmantinas, la de Burgos o la de Santiago. Del Acueducto, la Alhambra, el Guggenheim, la Mezquita, el paseo del Prado, la Cibeles, o el Palacio Real de Madrid. Piensa que tienes que viajar al «extranjero» para visitar a La Macarena.
Imagínatelo. Y que quieres privar al resto del territorio al que perteneces de la Costa Brava, de la Sagrada Familia o de la Casa Batlló. Lo de Port Aventura nos da un poco igual.
Imagina tener que chantajear una y otra vez al que tienes que hacer presidente del estado del que te quieres ir. Explicarle a tu entorno que le vas a dar los votos a Pedro Sánchez para que sea presidente del gobierno y te permita independizarte del Estado que él preside.
Y toda esta estrategia cuando más debilitado está el independentismo. Y no por el diálogo que defiende el gobierno, si no por la acción de la justicia, por las multas, las sentencias, los ingresos en prisión e incluso las huidas a la capital europea. Eso es lo que ha debilitado al independentismo, ahora envalentonado porque saben que tienen la sartén por el mango, con unos resultados electorales irrisorios, perdiendo más de 12 puntos y con cifras históricas, a la baja, en su celebración de la Diada, el día de Cataluña pero solo de los separatistas. Apenas 150.000 personas, la menos masiva. Pues ahora es cuando más caros pueden salir sus escaños.
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Porque según repiten hasta la saciedad el presidente (en funciones) y los ministros (en funciones) están trabajando (también en funciones) para conformar una mayoría de un gobierno progresista. Progresista. Pro-gre-sis-ta. En esa suma son imprescindibles el Partido Nacionalista Vasco y Junts per Cataluña, los de Carles Puigdemont que antes fueron de Artur Mas. Tienen de progresistas lo que yo de independentista. Casi prefiero la matraca contra Luis Rubiales que la de intentar convencernos una y otra vez de que Psoe, Sumar, Bildu, ERC, PNV y Junts son una mayoría progresista.
Piensa por un momento ser independentista catalán y tenerle que explicar a Aragón, a Navarra o a cualquiera en Castilla y León que mereces la autodeterminación porque eres un territorio histórico. Imagínate las risas en tu cara.
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Supón que ahora tienes que defender la amnistía. Que se olviden los delitos que han cometido los que defienden tus ideas. Aunque es cierto que antes tuviste que defender los indultos de los que estaban presos cumpliendo la sentencia del Tribunal Supremo. Incluso has tenido que defender una reforma del código penal a la carta para que se beneficiaran tus líderes políticos. Algunos de ellos, porque otros, ya sabemos, salieron por patas.
O tener que preparar un dossier para convencer a la Unión Europea de que tu nueva patria pequeñita quiere entrar en la comunidad europea y pelear su entrada como lo hizo hace casi cuarenta años un grupo de hombres de estado encabezados por el rey Juan Carlos.
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Imagina algo peor. Ser constitucionalista y vivir en Cataluña. Y escuchar al presidente y los ministros decir que ahora se vive mucho mejor allí. Ahora que todas las concesiones son a los separatistas. Tú que eres constitucionalista y no quemas contenedores por la calle, ni asaltas una consejería ni aplaudes a los que hacen del parlamento autonómico su cortijo. Fuerza y ánimo amigo demócrata, imagina ser independentista.
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