VÍTORES A MÁQUINA

Ya conozco el hospital nuevo

Como quien recorre las dependencias del resort en el que va a pasar las vacaciones hice lo propio con el nuevo hospital. El primer lugar al que me acerqué, la cafetería

Viernes, 23 de junio 2023, 05:00

A última hora de la tarde cruzamos la puerta giratoria que da acceso al hall. Una recepción amplia y despejada que te hace dudar si has accedido a un edificio de oficinas, un gimnasio, una terminal de aeropuerto o un complejo hospitalario. Ese es el encanto. Vas a ingresar en el Hospital Universitario de Salamanca pero no hay ni rastro de aquel hospital oscuro y viejo de antes. Mucha luz natural, macetas grandes y verdes, máquinas con bebidas y comida, dos rincones con sofás, trasiego de idas y venidas con mascarilla y grandes carteles que te señalan el camino. «Admisión» rezan unas letras grises sobre la pared blanca.

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Mi padre se enfrentaba a una operación al día siguiente y había llegado la hora de hacer el check-in y conocer la habitación que se iba a convertir en su casa durante al menos tres días con sus tres noches. 409D. Una habitación doble. Y justa de dimensiones para dos personas con sus dos acompañantes. Con las pocas ganas que hay en esas condiciones de aguantar a nadie…

El famoso robot Da Vinci lo esperaba a primera hora en el quirófano. Y nosotros confiábamos en él. Teníamos por delante varias horas de espera. Una operación minuciosa y larga y tiempo para la reanimación. A las 8 de la mañana llegó Jose, el celador, a recogerlo, acompañado por mi cuñada, enfermera.

Como quien recorre todas las dependencias del resort en el que va a pasar las vacaciones hice lo propio con el nuevo hospital. El primer lugar al que me acerqué fue la cafetería. Me habían hablado bien de ella: amplia, luminosa, ordenada y con muchas mesas. Y comprobé que la atención, la limpieza y los precios eran sorprendentes. Para bien.

Después busqué la capilla. Estaba al fondo del pasillo central. Me parece un lugar imprescindible en un hospital. La fe es determinante para muchas personas y más en esa situación. Necesitan rezar, pedir por su salud o por la de un familiar hospitalizado.

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Poder ir a misa o tener un lugar para el recogimiento, con un sagrario iluminado, ayuda a mucha gente. Pues me encontré con una pequeña habitación en la que había una mesa, un crucifijo y un atril con la lectura del día. Enfrente, a menos de un metro, un par de filas de sillas. Alguien había dejado un papel sobre la mesa con una petición desesperada. En la próxima misa habría una oración expresa. Me pareció un lugar muy poco acogedor. Podía ser un despacho de administración o una pequeña sala de reuniones.

Recorrí también un pasillo largo, muy largo, en el que había fotografías de abril de 2020. Siguen estremeciendo. Es la exposición «Protagonistas Covid 19: lugares y personas» de Solete Casado. Recorrer una a una te traslada a aquellos momentos de miedo, de incertidumbre, de cansancio, cuerpos boca abajo en las camillas, sanitarios exhaustos, abrazos con protección, despedidas, reencuentros… y al fondo, al final del pasillo, un parto. Un bebé acaba de llegar a la vida mientras un millar de personas morían a diario. Y ahí están los dos sanitarios con sus EPIs admirando el milagro.

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Me asomo a la ventana y puedo ver el solar en el que se ha convertido el antiguo Clínico. Cuántos llantos, esperas, noches sin dormir, cuántas vidas que entraron y no volvieron a salir… y cuántas madres y padres que llegaron corriendo y salieron con la felicidad entre sus brazos.

Cuántos cánceres sin cura y cuántos tratamientos que, a pesar del sufrimiento, lograron acabar con él. Miles, millones de historias bonitas y otras desesperadas. A través de aquellas ventanas azules se reflejaban infinidad de miradas de esperanza, intentando ver el cielo azul de Salamanca, deseando salir lo más pronto posible de esas habitaciones demasiado oscuras. Los años le pesaban ya a un hospital que se ha convertido en escombros para hacerle hueco a nuevos edificios que amplíen la oferta de la sanidad pública, pieza clave del estado de bienestar.

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Nos avisan por teléfono de que han terminado y que todo ha salido bien. Sonreímos aliviados. Casi doce horas después de verlo irse escoltado por el celador y mi cuñada, la enfermera, lo vemos volver a la habitación. Gracias al Dr. Martín Parada, a Pilar y Trini, gracias a Raquel y a todas las personas que se preocupan cada día por cada uno de los pacientes que entran por esa puerta giratoria del Hospital Universitario de Salamanca.

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