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Durante estos días se ha repetido una fotografía de un hombre manifestándose en Madrid contra los privilegios concedidos a los independentistas. Un señor de unos 70 años con un cartel entre sus manos donde se podía leer: «Un hombre sin palabra es un hombre sin honor». No hacía falta que pusiera a quién iba dirigido el mensaje, no era necesario ni poner la cara ni el nombre de esa persona porque hoy todos sabemos de quien hablamos si la característica que mejor le describe es la de no tener palabra.
Un hombre sin palabra también es un hombre sin valores. Estamos ya ante una cuestión mucho más compleja de defender que es la de tener, preservar, defender y ser fiel a unos valores humanos. Como esas palabras que se han tenido que repetir en el Palacio de la Zarzuela ante el rey Felipe VI durante la promesa de la Constitución al acatar el cargo. Es una promesa porque ya nadie jura. Demasiado comprometido. Y prometen el cargo «por mi conciencia y honor» y «con lealtad al rey». Según el diccionario de la Real Academia, el honor es una cualidad moral que impulsa a una persona a actuar rectamente, cumpliendo su deber y de acuerdo con la moral. El tema de la conciencia no hace falta ni explicarlo. Y no sé de qué manera o en qué momento nos hemos quedado estancados en una situación con una ausencia total de valores. Porque ese es el problema al que nos enfrentamos en la actualidad. Mujeres y hombres sin ningún reparo a ser desleales a su palabra, a sus principios, si es que algún día, en algún momento, los tuvieron que estoy segura de que sí contaban con ellos pero se los han dejado escapar por un puñado de euros.
Hacer apelación a los valores, tomar decisiones en la vida priorizando las cualidades morales es algo gratuito, no reporta ningún dinero, no son ni rentables y en ocasiones te puede quitar de ciertos salarios, de la 'sopa boba'. Regirte por la defensa de unos principios es más complejo que seguir adelante a pesar de todo, sin pensar, sin reflexionar en ser desleal a alguno de tus principios que en algún momento de tu vida, en tu casa, en el colegio, unos padres, un profesor… intentaron inocularte para caminar sin fecha de caducidad.
La mentira, el engaño, la falta de lealtad, el decir hoy una cosa y mañana la contraria dibuja a un ser humano con un perfil poco fiable pero infinito a la hora de permanecer en un cargo. Sin importar el país que pueda dejar a sus hijas. Y las hijas de sus hijas, porque hay decisiones que pueden ser determinantes en el Estado de Derecho y que marcarán a las próximas generaciones.
Porque además si tienen enfrente a seres humanos con convicciones, con líneas rojas imposibles de rebasar, lo tienen aún mejor para perpetuarse en la poltrona. Esas personas nunca van a llegar a la altura de quien no tiene límites, porque es imposible competir, es difícil alcanzarlo. Se convierte en una forma de vida para quien no repara ni medio segundo en la reflexión de lo más interno del ser humano. Y lo mejor es que lo saben todos los que rodean a esos personajes. Por muchos pactos que hayan acordado, por muchos papeles con firmas estampadas, por más que hayan estado horas y días de negociaciones, la otra parte sabe que van a ser engañados, que esas palabras sin rigor ni valor serán cambiadas más pronto que tarde por otras similares o antónimas. En cuanto haga falta, a la mínima necesidad. Y siempre con una sonrisa de oreja a oreja, que así entra mejor la mentira.
Porque con mayor o menor acierto, quienes llevan veintiún días, más bien veintiuna noches, en la calle para protestar por el rumbo que ese tipo de personas han marcado a un país entero algún principio se vislumbra entre ellos. La perseverancia, la constancia o tal vez el compromiso con su causa que aunque cada día les hayan repetido que eso no sirve de nada o que no favorece al fin, ahí continúan, es una cuestión de valores. Pocas causas se han defendido durante tantos días consecutivos aunque también es cierto que pocas causas han tenido tal trascendencia para la historia reciente de España.
Después de casi ochocientas palabras no he mencionado a nadie en concreto. Aunque seguramente los lectores que hayan llegado hasta aquí se han acordado de la misma persona en distintos párrafos. Porque un hombre sin palabra… es difícil de olvidar.
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