Los ha colocado en su agenda y en el mapa, como socios preferentes. Barra libre de Bildu. Y Pedro Sánchez, sin complejos y sin líneas rojas. Y con toda la cara de no haber roto un plato. El conciliador de la patria, el de la amnistía para la convivencia en Cataluña, ha pintado una línea roja, ha marcado límites. Tiene límites. Y podría parecer que principios. Pero no. Porque ese cordón sanitario no es a un partido independentista que se salta la Constitución y malversa el dinero público de los catalanes, ni siquiera para que no lo cruce Bildu. Es una línea roja contra Vox. A Pedro Sánchez le parece muy ético decir que con el partido de Santiago Abascal no se sienta ni a hablar, con la tercera fuerza de nuestro país, con tres millones de votantes, pero sí extiende la alfombra roja para la cuarta y hasta quinta fuerza en Cataluña, el único territorio donde se les puede votar, como alcanzaron ERC y Junts en las elecciones del 23 de julio, o con el partido que ha llevado terroristas en sus listas, y que tiene tan solo 330.000 votos de casi 37 millones y medio de electores. El presidente, en funciones, que mercadea con su investidura ha decidido, en cambio, no sentarse, no reunirse, no escuchar a un partido que tiene como líder a una persona que ha sido víctima de ETA. Al partido donde ha militado José Antonio Ortega Lara.
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Como si de un nuevo capítulo de Barrio Sésamo se tratara el Gobierno ha puesto en marcha la mejor campaña de su historia: Vox malo, Bildu bueno. Y nos la han metido hasta el fondo. Siempre consiguen imponer su relato. Sánchez prefiere a Bildu y a ERC antes que al PP, a pesar de muchas cosas, pero sobre todo, de ser el partido que ha ganado las elecciones.
¿Alguien duda de que en esa Ley de Amnistía que están elaborando a la medida de los líderes del Proces no quedará una rendija entreabierta por donde dejar pasar la luz de las celdas de los etarras? Cómo no imaginar que el bueno de Sánchez podría estar trabajando también en el olvido penal para los terroristas. Para que puedan conformar una lista electoral sin el miedo a que le dinamiten la campaña al PSOE. Los periodistas podríamos preguntárselo a cualquier ministro en una rueda de prensa, incluso al presidente en funciones… ¿Pero cuál creéis que puede ser la respuesta? Pues justo lo contrario.
Puigdemont está haciendo mucho ruido, también los de Rufián, incluso los del PNV o Sumar. Pero lo que aterra es el silencio de Bildu. Y calladitos se han llevado ya la presidencia de los municipios navarros, entregada en bandeja por el PSOE. Y celebrada la conquista, Otegui salió a decir que el próximo objetivo será el Ayuntamiento de Pamplona, donde con una moción de censura y el apoyo de los socialistas le podrían arrebatar el bastón de mando a la alcaldesa de Unión del Pueblo Navarro.
Esta anomalía democrática nos persigue, se afianza, se olvida la gravedad de blanquear a una formación a la que aún le quedan muchos pasos que dar para ser respetada moralmente. En cambio, ¿esa inquina a Vox? ¿Alguien me podría enumerar un solo derecho que se haya perdido en Castilla y León desde que gobierna el PP con Vox, hace más de año y medio?
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Los de Abascal han conseguido cosas tan peligrosas como promover la apertura de la Casa-museo de Miguel Delibes, el apoyo a la natalidad y la familia y la apuesta por el mundo rural. Incluso han osado decir que están en contra de fomentar la dependencia económica de las ayudas, algo que ha provocado críticas.
Ni un paso atrás en la condena a Bildu, en la justicia para las víctimas, en el esclarecimiento de los 300 asesinatos que quedan por resolver, en el cumplimiento íntegro de las penas de los etarras condenados y en el arrinconamiento de esa parte de una sociedad enferma que no condena lo injustificable, y que casualmente son los mismos que ahora no llaman 'grupo terrorista' a Hamas. Esas deberían ser las únicas líneas rojas que defendiese un político que aspira a ser presidente del Gobierno de España.
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Y podría escribir un artículo entero como éste con todos los errores, las pasadas de frenada o los desbarres cometidos por Vox, en sus mensajes, en su comunicación o en su estrategia política… pero, al fin y al cabo, no han matado a nadie.
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