No había lugar a dudas. No iba a salir por la puerta de atrás, como un cordero degollado, sin hacer ruido y pidiendo perdón por los supuestos pecados cometidos. Y si alguien pensaba que iba a ser así es que conoce poco a José Luis Ábalos. Aunque tiene que ser difícil conocer verdaderamente a ese hombre. Vaya por delante la presunción de inocencia, imprescindible en un estado de derecho y que a su partido no le ha importando nada. Lo han empujado por las escaleras del hemiciclo y pretendían cerrarle la puerta en las narices, pero Ábalos, según caía, ha dado un triple tirabuzón y se ha ubicado en un nuevo escaño, un poco más arriba pero con el mismo valor. Mantiene el salario, las dietas, el aforamiento, el móvil y el ipad. Ha plantado cara a Pedro Sánchez, con quien se recorrió España con la inestimable compañía de Santos Cerdán y el famoso Koldo García, para subirlo a los altares, para sentarlo en la secretaría general del partido que lo había expulsado y que ahora, a su vez, expulsa a Ábalos. El todopoderoso se ha quedado en un inmortalizado 'ex'. Ex ministro, ex secretario de organización y ex hombre de confianza del presidente. Se ha dado cuenta ahora de que Pedro Sánchez no sufre cuando tiene que cortar cabezas. Pone al aparato a funcionar, un par de frases para que repitan todos y da 24 horas para que salte del barco. Ahora dice que sabe lo que es ser «un apestado político», del cielo al infierno. Pero este hombre ni antes sería tan bueno ni ahora será tan malo.
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Si hacemos un repaso por sus redes sociales, donde disfrutaba bloqueando a los usuarios más que Óscar Puente, en un artículo de opinión de 2016 contra la valenciana Rita Barberá venía a decir que la ex alcaldesa «quería esquivar la acción de la justicia con los privilegios que le otorga su acta en el Senado», criticando que hiciera lo que él ha hecho esta misma semana: pasar al Grupo Mixto. Y remataba su columna así: «La pelota está ahora en el tejado del PP. Si Rita Barberá permanece en el Senado la perversión política del PP seguirá su curso. Y sólo Rajoy será su responsable», cámbiese Rita Barberá por Ábalos, Senado por Congreso, PP por PSOE y Rajoy por Sánchez… y vuelva a leerlo: «La pelota está ahora en el tejado del PSOE. Si Ábalos permanece en el Congreso la perversión política del PSOE seguirá su curso. Y sólo Sánchez será su responsable». Qué acertado estuvo el valenciano sobre sí mismo hace ocho años.
Ese mismo día pasaron muchas más cosas, por ejemplo, una fotografía muy llamativa. Sucedió a las puertas de la capilla del Castillo de Windsor, al terminar el oficio religioso por Constantino de Grecia. Allí estaban, como si nada, padre e hijo. Ante las cámaras, para que hicieran todas las fotografías que desearan y para que quedasen grabados ese par de minutos que estuvieron en la puerta, apoyados uno en el otro, hablando, sonriendo. Don Juan Carlos y Don Felipe escenificaban un momento que no se ha visto desde hace tres años y medio cuando el rey emérito puso tierra de por medio y situó su residencia en Abu Dabi tras varios escándalos por sus cuentas y sus cuentos. En todo este tiempo esas relaciones han ido evolucionando de un distanciamiento absoluto, una relación rota entre padre e hijo, entre dos reyes convivientes pero sin imágenes públicas juntos salvo aquellos dos besos de despedida en el funeral de Constantino de Grecia que 'robó' una televisión extranjera. Y ahora, otra vez, en torno a la figura del hermano de la Reina Sofía se da un paso más. Parece como si quisieran complacerla y escenificar esos pasos adelante en cada encuentro familiar, los favoritos de la reina emérita. Esta vez ha sido como un posado, como queriendo decir, «aquí estamos, padre e hijo, compartiendo el presente». Y es una imagen tierna, delicada, un tanto compasiva, por ese apoyo que es, y nunca debió de dejar de serlo, el brazo de un hijo para un hombre de 86 años. Y ¿cómo no?, también al revés, de ese rey que fue jefe del Estado durante cuarenta años y puede ofrecerle la mano y consejos a un hombre de 56 años que hace frente a una de las etapas más complejas para la monarquía. Porque siempre será preferible para el Estado un acercamiento, aunque sea simbólico, que un diputado ajustando cuentas con los suyos.
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