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«Es hombre de buenas costumbres, libre de vicios e inmoralidades, pero muy peligroso, como puede comprobarse leyendo sus artículos y oyendo sus discursos». En estos términos se pronunció el jefe de la policía de Salamanca cuando la Audiencia Provincial de Valencia le requirió para que informara de los antecedentes de Unamuno. Don Miguel había sido procesado por delito de lesa majestad. El tribunal estimó injuriosos dos artículos suyos en El Mercantil Valenciano, condenándole en 1924 a dieciséis años de presidio. La pena se quedó en destierro, pero también fue cesado de sus cargos de vicerrector de la Universidad y de decano de su Facultad de Letras, suspendiéndole de empleo y sueldo en el de catedrático.
En la semidesértica Fuerteventura cumplió el castigo junto con Rodrigo Soriano –político republicano, reo del mismo pecado–, siguiendo la senda de otros liberales que también fueron deportados a la isla a lo largo del siglo XIX. En julio de ese mismo año, el Rey firmó el decreto de amnistía que borraría las culpas del antiguo Rector. Sin embargo, Unamuno no aceptó clemencia, pues jamás creyó haber hecho nada injusto que debiesen perdonarle. Por eso se fue de Fuerteventura a París, y de allí a Hendaya, no regresando a España hasta que cayó la dictadura de Primo de Rivera.
El próximo año se cumplirá un siglo de esa condena. Ayer, el Consejo de Gobierno de la Universidad de Salamanca recibió a Pablo de Unamuno, catedrático jubilado, nieto de Don Miguel, para que defendiera la propuesta de su familia de conceder el doctorado honoris causa a quien dignificó más que nadie nuestra institución en el peor de sus momentos. En su intervención, renunció a mostrarse «unamunólogo» –aunque se declarase unamuniano, destacando el papel de su abuelo como epistológrafo, por encima de cualquier otro. En su vida, Miguel de Unamuno escribió miles de cartas, género íntimo que prioriza la sinceridad, que expresa lo que realmente se piensa.
Quiso su nieto enfocar a la persona que destacó la verdad sobre la paz; no habló demasiado del literato. Porque prevale el ser sobre el estar, no se defiende el mérito de nadie enumerando jalones de su hoja de vida. También destacó en su discurso la frescura, la actualidad de su mensaje.
Me pregunto qué pensaría Don Miguel del uso partidista de los símbolos patrios que excluye del proyecto común a quien piensa distinto; de los hunos y los hotros de nuestros días. En todo caso, celebraré que se conmemore el centenario de esa lamentable sentencia con este acto de desagravio.
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