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Tras licenciarse en Derecho, Historia y Filología Clásica, Antonio Tovar disfrutaba de una beca de ampliación de estudios en Berlín cuando en España se produjo el golpe de 1936. El día del levantamiento, visitaba un campamento de las Juventudes Hitlerianas. La crisis del régimen republicano, la pujanza nazi que vivió en primera persona y su estrecha amistad con Dionisio Ridruejo lo aproximaron a la Falange. Iniciada la Guerra Civil, Tovar regresó a su Valladolid natal y el propio Ridruejo, responsable del Servicio Nacional de Propaganda, lo nombró primer director de Radio Nacional de España.
Bajo la protección de Serrano Súñer, Antonio Tovar formó parte de la intelectualidad del Régimen. Su capacidad para las lenguas, unida a la confianza que en él tenía el cuñadísimo, lo llevaron a participar en numerosas misiones ante el nacionalsocialismo y el fascismo. Sin embargo, tanto la pérdida de influencia de la Falange como el decaimiento de su vocación política le llevaron a centrarse en la actividad académica. El poder no quiso concederle una cátedra en Madrid, debiendo conformarse, en 1942, con otra en Salamanca, donde fue Rector entre 1951 y 1956. La institución le debe muchos logros: recuperó, casi un siglo después, el derecho a otorgar el grado de Doctor; recuperó gran parte de los fondos que hoy residen en nuestra Biblioteca Histórica, arrebatados por la francesada; promovió la Casa-Museo Unamuno. También creó la Cátedra Manuel de Larramendi de Estudios Vascos, germen del euskera normativo que hoy se enseña en las ikastolas.
Como Unamuno, Tovar también se dejó llevar por los cantos de sirena del autoritarismo. Tal vez su juventud le exigió más tiempo que a Don Miguel para que se le pasara la tontería, pero en nuestra Universidad hizo lo imposible para tratar de abrir un paréntesis de ilusión en plena dictadura. Tras varios periodos en Argentina y Estados Unidos, dejó Salamanca y, tras un breve paso por Madrid, solicitó su excedencia definitiva tras la expulsión, en 1965, de López Aranguren, Tierno Galván, García Calvo y Montero de la universidad.
El otrora filonazi había sido devorado por el intelectual. En una entrevista concedida pocos años antes de su muerte, armado de una corrección política envidiable, Antonio Tovar habló del euskera: «sería una barbaridad dejar que se perdiese, privar a la gente de algo que es suyo». La diversidad enriquece. No hay inteligencia que soporte el pensamiento único.
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