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Opinión

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La hermana pobre de los rankings, la docencia, está gravemente herida. No porque sea mala, sino porque es hipócrita

Viernes, 24 de mayo 2024, 05:30

La conclusión de las clases en la universidad anuncia el fin de otro curso académico teñido del mismo gris plomizo que todos los anteriores. Naturalmente, hablo de mi experiencia y afirmo todo lo que escribo a título estrictamente personal, pero albergo fundadas sospechas de que no soy el único que así ve las cosas.

Alguien con tino decidió que la única candidatura al rectorado de la Universidad de Salamanca se presentase bajo el eslogan «ilusiónate». Necesitamos ilusionarnos, aunque anticipo mis disculpas si hago un uso abusivo de la primera persona del plural. Tirando ya de la reserva, me permito el desahogo de repetirme, pues ya he dedicado este mismo espacio a denunciar el trampantojo en que se ha convertido buena parte de la educación superior, llena de buenas intenciones boloñesas plasmadas en documentos oficiales, siempre construida sobre un enrevesado andamiaje burocrático que disfraza toda clase de disfuncionalidades. Mientras nos enfrentemos a grupos de más de cien estudiantes de grado, se equivoca quien crea que es posible practicar una auténtica evaluación continua y una enseñanza orientada a la práctica que cumpla con las expectativas declaradas. Desde los despachos –del ministerio, del gobierno regional o de las autoridades académicas– creo que se predica y se nos pide lo que hoy, en mi entorno, aun poniendo la mejor voluntad, es imposible realizar.

La hermana pobre de los rankings, la docencia, está gravemente herida. No porque sea mala, sino porque es hipócrita; porque vende lo que no está en condiciones de ofrecer. Para cumplir con lo establecido –mientras llega la pensión, si llega–, seguiremos convocando prácticas al peso y revisaremos trabajos finales con la esperanza de que nuestro ordenador tenga un microchip más listo que el de ese alumno al que tanto le cuesta motivarse, porque también él sabe que el sistema apenas permite detectar sus verdaderas aptitudes.

Nunca imaginé que lo pensaría: a veces echo de menos los grupos de cuatrocientos compañeros con los que hice la carrera. Te la jugabas en un examen que no te cambiaban ni teniendo la tos ferina, pero ya sabías a qué atenerte. El modelo era más sincero; no te vendían humo. Mientras tanto, casi todos los días me voy a la cama con la desagradable sensación de haber perdido la jornada, ayudando a mantener esa farsa en la que creo que se ha convertido la enseñanza universitaria. Al menos, así es como yo lo vivo y lo siento. No sé,… a ver si alguien me ilusiona.

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