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Las farolas aún iluminaban la Plaza Mayor. La mañana se levantó lluviosa, pero ya clareaba por el pabellón Real cuando aquel siniestro camión de reparto se empotró en el arco que da acceso a la calle Toro. Agentes de la Policía Local ayudaron a evitar mayores daños, pero ello no impidió que varias dovelas resultaran dañadas. Muchos curiosos se acercaron al lugar de los hechos, a pesar de que el tiempo fuese tan adverso. Se anuncia un informe oficial de daños y, en cualquier caso, la imposición de una cuantiosa sanción, tanto por salir por donde no se debe, como por amenazar la integridad del ágora más bonita del mundo.
No quiero atormentar más al desdichado repartidor, que desde el pasado lunes no habrá dejado de revivir en su cabeza el incidente. Hemos hecho mucha leña con lo sucedido. Los deterioros –incluidos los del vehículo, que también se habrá llevado lo suyo– podrán repararse de algún modo. Lo que ocurre es que no sólo nos olvidaremos pronto de este suceso, sino también de la necesidad de cuidar la espectacular monumentalidad que la historia nos fue dejando en herencia.
Ya tengo años suficientes para recordar la plaza atiborrada de vehículos, convertida en aparcamiento. Afortunadamente, la circulación por la Plaza Mayor está hoy suficientemente regulada. Sin embargo, no creo que esa especie de cuarto de estar de todos los salmantinos, como decía Carmen Martín Gaite, reciba toda la protección que merece. Sobre todo, me refiero a su permanente conversión en sala de espectáculos, de mejor y peor pelaje, capaz de alojar a casi 20.000 personas que no siempre son conscientes de la santidad del lugar en el que se encuentran. Hace menos de dos meses, un atronador torrente de decibelios precedió a algunos desprendimientos en el techo de los soportales. Tal vez las humedades la vivienda superior estuvieran en el origen del problema, pero lo cierto es que fue en ese momento cuando se produjeron, no en otro. Sin duda, nuestra Plaza Mayor es un lugar excepcional, como también lo es el claustro del Colegio Fonseca, pero por ello el uso de estos lugares debe restringirse a acontecimientos también excepcionales.
Hay normas sobre ruidos, instalaciones y aforos, pero los hechos me llevan a pensar que no bastan para proteger el corazón de nuestro Patrimonio Mundial. Creo que el uso que actualmente se hace de ciertos monumentos no es compatible con su adecuada protección. Tal vez la multa la paguen los infractores, pero la clausura del local, en este caso, la pagaremos todos.
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