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Que el pasado martes no hubiera más que un candidato a Rector Magnífico de la Universidad de Salamanca no debería haber impedido que fuera una jornada de celebración institucional. Sin embargo, los rumores sobre la posibilidad de que el aspirante no actuara con toda la honestidad que merece el cargo motivaron que casi el cuarenta por ciento del cuerpo electoral le negara expresamente su apoyo en las urnas. Algunas explicaciones se ofrecieron durante la campaña. Porque me falta la ciencia necesaria, ni las apoyo, ni las desmiento; pero la polvareda que se ha levantado está perjudicando gravemente el nombre de la institución en la que enseño desde hace treinta y tres años cumplidos.
La precipitada ordenación del proceso electoral perjudicó gravemente la presentación de candidaturas alternativas. Con ello perdimos la oportunidad de presenciar un enriquecedor debate de ideas que se transformó en una campaña a la contra, destructiva, emprendida por una oposición anónima e inorgánica. Muy a mi pesar, corremos el riesgo de que se implante en nuestra Universidad ese desdichado modelo político basado en la agresión, sólidamente implantado en otros ámbitos, del que nada bueno cabe esperar.
El panorama es preocupante y no me gustaría que se extendiera la costumbre de escurrir el bulto sin dar cuentas de nada. Porque está en juego el prestigio de la institución, necesitamos que el nuevo Rector, antes de asumir el cargo, desmienta satisfactoriamente las afirmaciones realizadas por diversos medios de comunicación. Hoy todo se pesa y se mide, pero ahora me importa muy poco cuánto suba o baje la Universidad de Salamanca en el ranking de Shanghai o de Zamora. Lo que sí me preocupa es el nombre de la institución por la que me preguntan desde dentro y fuera de nuestras fronteras. Aún más ahora, que se inicia el periodo de matriculación para el próximo curso académico.
Hace un rato vi una fotografía en la que aparecía la caótica mesa de trabajo que Albert Einstein dejó a su fallecimiento. Dudo mucho que alguien tan desordenado fuera capaz siquiera de dirigir los destinos de su comunidad de vecinos. No necesito sabios a los mandos de la nave, sino buenos gestores que sean como la mujer del César. Es el momento de despejar cualquier duda que pueda haber. Nos jugamos mucho.
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