Si algo debemos agradecer a los caminantes verdes es su sinceridad. Lo he dicho siempre: prefiero un radical extremista que te viene de cara a un apóstol de la progresía que destile clasismo. A todos los distingues finalmente –aunque la edad no te deje leer la letra menuda, también ayuda a detectar a los necios a distancia–, pero cansa dedicarle tiempo a la tarea y a veces te enteras demasiado tarde. Lo que ocurre es que vivimos tiempos convulsos, de gran confusión, y en ese mar revuelto pesca gente con malas artes a la que el sistema de libertades no le queda más remedio que concederle su cuota.
Publicidad
La motosierra está de moda. La sacó del armario un lobezno austral que gobierna aconsejado por su difunto perro Conan, resucitado a demanda por una médium. Desde entonces, la maquinita no para de quemar gasolina por todo el mundo. El lobezno se la regaló al valido del nuevo emperador americano, que la usa para podar el gasto público que su inteligencia artificial estime superfluo. En España, el líder de los caminantes también apela al desdichado cacharro. El pasado miércoles, una de sus seguidoras –quisieron que fuera una mujer quien lo hiciera– fue la única que se opuso en el Congreso de los Diputados al nuevo Pacto de Estado contra la violencia de género. «Sueño con el día que podamos llegar con la motosierra», dijo notablemente satisfecha.
Los presupuestos generales del Estado son la política expresada en cifras. Desperdiciar los recursos públicos es hacer mala política y los ciudadanos debemos censurarlo responsablemente con nuestro voto. Sin embargo, renunciar al gasto equivale a dejar de hacer política o, lo que es mucho peor, a hacer antipolítica. Significa tanto como resignarse a soportar todo aquello que impide el desarrollo social, actuando en contra de lo que exige nuestra Constitución. Eso es lo que proclaman a voces los apologetas de la motosierra, aprovechándose de la ingenuidad de tantos que confunden la mala política con el fracaso del sistema. Se sienten fuertes. Tanto, que no piden apoyo a la «derechita cobarde» –porque así la llaman–, sino que la desafían a sumarse a su proyecto supremacista, amenazándola con dejarla a su suerte si no lo hacen.
Hoy, al conservadurismo democrático le atañe la grave tarea de definir su identidad al margen de coyunturas electorales a corto plazo. La ciudadanía necesita mensajes claros que la ayuden a elegir, pero también que le permitan distinguir a quienes están dentro del sistema de quienes pretenden reventarlo. El mundo está muy revuelto. Peligra el modelo de convivencia.
Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.