El derecho no es una ciencia exacta. De serlo, hace tiempo que los tribunales habrían sido sustituidos por computadoras. Por eso, no nos queda más remedio que someter nuestras cuitas a los jueces, que no son máquinas, sino personas que tienen su propia forma de ver las cosas. Me gustan los jueces con criterio propio, en tanto se atengan a las leyes. Prefiero que huyan de automatismos y decidan libremente la solución que mejor resuelva cada conflicto de entre todas las opciones posibles. Lo que sí me preocupa es que se olviden de la sociedad a la que deberían servir para convertirse en instrumento de quienes controlan los resortes del poder; que elijan la solución preferida por quien manda en cada momento, coincida o no con la que interese a la ciudadanía.

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Llevamos semanas discutiendo en torno al lawfare. El anglicismo parece nuevo, pero pocas cosas son tan viejas como el uso de la justicia para lograr objetivos políticos. Comprendo que jueces y fiscales protestaran unánimemente tras ver la palabreja asociada a la futura ley de amnistía. A nadie le gusta que duden de su profesionalidad. Durante años fui magistrado en nuestra Audiencia Provincial y, por propia experiencia, puedo decir que nuestra justicia es pobre, pero honrada. Lo que ocurre es que el lawfare no es cosa de togas comunes, sino de altas esferas.

Que el principal partido de la oposición bloquee la renovación de los miembros del CGPJ es lawfare porque, con la excusa de la politización del órgano, torpedea cualquier acuerdo para mantener la mayoría que le interesa. Y si el gobierno de los jueces está bajo control de conservadores, el Tribunal Constitucional lo está de progresistas. ¿Acaso no es lawfare controlar la composición de ambos órganos constitucionales, de modo que sus decisiones se conozcan de antemano? ¿O tener el control de los nombramientos para garantizar un adecuado reparto de cargos en la cúpula de la justicia? Sólo así cobra sentido tanto aforamiento. Tampoco el ministerio público es ajeno a este fenómeno. ¿Quién decide el nombre del fiscal general del Estado y a qué intereses ha servido siempre, ejerciendo su superioridad jerárquica?

Todo encaja en esta partida de ajedrez. Cada cual juega con sus piezas, pero fuera del tablero de la justicia. Nada nuevo bajo el Sol. Como toda forma de corrupción, esta instrumentalización política existirá mientras interese. Mientras tanto, son legión los jueces y fiscales que dan diariamente lecciones de dignidad en su trabajo.

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