Entiendo que oficiar cada día una ceremonia digital de veinticuatro horas tiene que ser un verdadero quebradero de cabeza, pero llamar a los hermanos Iglesias para que la primera cadena pública nos entretenga un rato en prime time es algo que no debería tener perdón del espectador. Venían amenazándonos con su estreno desde hace semanas, pero nunca pensé que la maldición se fuera a hacer carne. Porque no quiero que nadie piense que hablo sin conocimiento, he escarbado en el repositorio para confirmarlo, me he tapado la nariz y me he sumergido en uno de los dos programas que ya se han emitido. Es aún peor de lo que imaginaba.
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Me pregunto si sus protagonistas no podrían disfrutar discretamente del patrimonio de sus mayores sin abusar de la paciencia del contribuyente. Que tomen de ejemplo a su hermana de madre, distinguida tertuliana que comparte sus sesudas opiniones urbi et orbi en un canal privado. Si Tamara vende lo suficiente para que el negocio se mantenga, bien hacen quienes la contratan; pero que la cadena de todos se gaste –así lo reconoce– casi dos millones de euros en mostrar cómo Chábeli y Julio José echan abajo una pared, pintan de colores una estancia o instalan un tresillo en la mansión del famoso de turno excede, con creces, de lo que cabe consentir a una entidad que se financia con cargo a los Presupuestos Generales del Estado.
La liturgia digital de cada día se celebra en honor del dios del share: si baja la cuota de pantalla, los anunciantes pagan menos y el negocio de la televisión se resquebraja. No es ése el caso de la televisión pública. En 2010 se suprimió la publicidad en TVE y, aunque en los últimos años se hayan admitido ciertas formas de patrocinio cultural, la cadena pública no compite en igualdad de condiciones con las privadas. Su supervivencia no depende del número de espectadores. Sin embargo, como servicio público, sus contenidos siempre deben orientarse al desempeño de una función social que cumple, justo es reconocer, en buena parte de las ocasiones.
Diseñando vestidores para glamurosos figurantes del papel cuché, dudo que los hermanos Iglesias aporten algo relevante a esa función social. Con cargo a nuestros impuestos, creo que una mejor televisión pública es posible. No descartemos que alguna cadena privada vea negocio en todo esto. Si hay gente que se pirra por esos biopics de celebridades de vía estrecha, ¿acaso no es mucho más interesante ver cómo se sustituyen las bañeras por platos de ducha en Villa Meona?
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