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EL SEXTO SENTIDO

Eficiente burocracia

Me gustaría fichar cada día al término de la jornada laboral y decir «se acabó; hasta mañana». Pero no

Viernes, 16 de febrero 2024, 05:30

Llevo tiempo jugando con la idea de jubilarme en cuanto pueda. No hace tanto que le di la vuelta al jamón, pero ya llevo casi tantos años de servicio como el puente sobre el Tormes. Me gusta mi trabajo. Fui yo quien lo eligió y volvería a hacerlo, pero nadie me dijo que apenas podría dedicarme a aquello para lo que me preparé y para lo que me pagan los contribuyentes, que es enseñar e investigar en mi Universidad. Estoy harto, muy harto, de mover papeles. Se supone que para eso ya hay magníficos profesionales, pero yo –como tantos otros compañeros– lo tenemos que hacer a cualquier hora. Me gustaría fichar cada día al término de la jornada laboral y decir «se acabó; hasta mañana». Pero no. Aunque sea a las tantas, toca terminar ese informe, rellenar esos impresos o subir a la nube ese puñetero excel que nadie se va a molestar en mirar qué contiene.

La burocracia nos come, y lo hace de un modo tan injusto como inútil, malversando a manos llenas los recursos del sistema. Todos estos procesos no pretenden garantizar la calidad, sino servir a un espantoso tótem de cartón piedra erigido en honor a una eficiencia burda y falsa. No importa lo bueno que sea el producto; lo relevante es que lo parezca, que cumpla con los protocolos preestablecidos de presunta calidad. En la práctica, la burocracia no desalienta a vagos ni a golfos —los hubo y los hay a raudales—, sino que premia a los hábiles trajinantes de expedientes.

El culto al algoritmo ha minado el buen hacer en todos los sectores. Los médicos de primaria tienen que hacer de oficinistas gran parte de su jornada, pero si se reduce el tiempo de atención a cada enfermo se logran buenas estadísticas. Los jueces, vigilados estrechamente por el CGPJ —ahí siguen sus miembros, plusmarquistas de la caducidad—, responden como se espera de ellos resolviendo cuantos asuntos pueden, aunque no dediquen a los justiciables el detenimiento que merecen. También los agricultores y ganaderos —a los que les toman el pelo con los precios de su producción para que los consumidores llenemos la faltriquera de los intermediarios—, se ven sometidos al endiablado papeleo virtual del cuaderno de campo, obligándoles a contratar a un asesor, pues ni siquiera se les facilita una buena conexión a internet para cumplir los mandamientos del dios de la apariencia. Hoy es de esos días que firmaría la jubilación con los ojos cerrados. La burocracia aniquila la ilusión. Control, el que se precise, pero así, no.

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