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Los dos partidos que gobiernan nuestra Comunidad registraron hace diecisiete días una proposición de Ley llamada «de concordia», pero que iguala el pasado como si democracia y dictadura fuesen lo mismo; que oculta la mugre bajo las alfombras, olvidando que no hay concordia sin memoria.
Hoy recuerdo a un maestro salmantino casi olvidado nacido en Pastores, un pueblito de la comarca de Ciudad Rodrigo. Nació José en el seno de una familia acomodada. Al acabar sus estudios de magisterio, siguió los pasos de los misioneros que fueron a China y allí vivió dos años, conociendo su cultura. También aprendió a tocar con maestría el sheng, un instrumento de viento milenario hecho con cañas de bambú que le acompañó toda su vida. De regreso a España, se instaló en Arahal, localidad sevillana en cuya escuela ejerció hasta su fusilamiento ante la fachada del Ayuntamiento, el 2 de octubre de 1936. Allí llegó en 1922 acompañado de María, su esposa. No tuvieron hijos. Sus alumnos, testigos de la ejecución, recordaban la bondad de José, el maestro que enseñaba con paciencia y regalaba caramelos a quienes cumplían sus tareas. Tan religioso como republicano, rezaba bajito con los niños al terminar las clases, no fuera que alguien lo denunciara por hacerlo en una escuela laica. Su mujer lo ayudaba, preparándolos para la primera comunión.
Iniciadas las vacaciones de 1936, José viajó a Pastores. El golpe militar lo sorprendió en su casa familiar. Allí fue detenido el 28 de septiembre por encargo del nuevo alcalde de Arahal, que se encargó personalmente de acabar con aquella persona «muy peligrosa y perjudicial para el Estado» –decía su expediente– que estaba a más de quinientos kilómetros y de la que nunca nadie habló mal. Fue conducido, encerrado y asesinado cuatro días después ante un pelotón cuyos impactos permanecieron sobre el muro hasta tiempo reciente. Las descargas lo proyectaron contra la pared con un crucifijo entre las manos, sin apenas tiempo para mirar a sus verdugos. Esta vez, tiraron a dar. Antes de morir, pidió confesión y rogó que entregasen a sus alumnos su cartera, su reloj y su pluma. Su mujer, rapada y purgada con ricino, acabó marchándose a Salamanca, donde falleció en 1937.
Desde agosto de aquel año, sólo en Arahal fueron asesinadas más de 400 personas por las tropas de ocupación. En el mismo lugar, un colegio de primaria se dedica a la memoria de José Mediascañas, el virtuoso del sheng que se carteaba con Unamuno. Como en Salamanca, donde otro colegio lleva el nombre de su hermano, Nicolás Rodríguez Aniceto.
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