Nos precipitamos irremediablemente al fin de las ferias navideñas, plagadas de becerros de oro y mercaderes en el templo. En nada, será extemporáneo felicitar el nuevo año y podremos legítimamente volver a la habitual perfidia, como si acaso la hubiésemos abandonado en algún momento. Esta vez apenas nos hemos dado tregua. No me refiero ahora a la espantosa cosecha de muerte y sufrimiento a la que algunos son tan aficionados –está bien que la historia juzgue a los criminales, pero la humanidad se merece otra cosa–, sino a asuntos mucho más intrascendentes y espantosamente necios, como son los que alimentan la lamentable crónica política de nuestro país.

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Comenzamos diciembre con las profecías del Califa Verde desde Argentina, que ya veía cómo las masas enfurecidas colgarían por los pies al Presidente del Gobierno. No fue de los pies, sino del cuello, bajo la forma de monigote cabezón con nariz de pinocho. Así celebraron su «nochevieja patriótica» los elementos de una fauna de lo más diverso, dedicados al arte de la piñata. En esta ocasión no se rezó el rosario¬, pues se trataba de una fiesta pagana. Ello no impidió que los congregados invocasen hasta la extenuación el sagrado mantra de la libertad, haciendo ostentación de su apego a las más rancias tradiciones; también a la fruta.

Puede que esta almazuela navideña refuerce la idea amable y ocurrente de España, como lo hacen algunas fiestas de nuestra geografía. «Broma buena, la que le gastamos al boticario, que estaba de guardia y despachaba por un ventanuco. Le pusimos la receta un poco lejos, sacó la cabeza pa' leerla y con un cepo de cazar lobos… ¡zas! Y su mujer se enfadó, la tía asquerosa. ¡Si no sabe aguantar una broma, márchese del pueblo!». La pobre boticaria consorte que describió Gila era carne de pilón, como lo somos tantos otros, la gran mayoría, que creemos que la imagen democrática de nuestro país sale de estos incidentes mucho más tocada que el pinocho cabezón. Libertad de expresión, toda, pero con un poco de respeto. Castigos, ninguno, que en el pecado llevan la penitencia.

Con esa penitencia cierro mi desvarío de año nuevo. El retorno al bipartidismo era previsible. Que hagan falta socios no está mal, porque las coaliciones dan forma a la pluralidad. Pero hay compañeros de viaje con los que nunca se llegará a la meta, porque la mayor parte de la sociedad abomina de ciertas actitudes y comportamientos cotidianos. Alguien se equivoca en los estudios de mercado electoral. Dime con quién andas…

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