A lo largo de los siglos, el ser humano ha ido dejando huellas materiales de su paso por el mundo, de su cultura. Hallarlas, conservarlas y darlas a conocer no sólo es un deber cívico, sino un placer difícil de describir. En tanto no se invente la máquina que nos permita viajar en el tiempo, esas piezas constituyen el único instrumento de contacto directo con nuestro pasado; la única forma de contemplar a nuestros antepasados por el ojo de la cerradura de la historia.

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No hace muchos días, diferentes medios rescataron un asunto del que se viene hablando desde hace varios años. Me refiero a la cruzada emprendida por un joven segoviano ante las instituciones públicas para recuperar las piezas halladas en una necrópolis visigoda que se encuentran dispersas por varios países europeos bajo la custodia de diferentes museos.

Desde que en 1932 la construcción de un camino sacara a la luz el yacimiento, en Castiltierra no han dejado de aparecer restos que dan buena cuenta de la vida de nuestros ancestros mesetarios de los siglos VI y VII. Las excavaciones se interrumpieron con la guerra, pero pronto se reanudó la tarea. Los trabajos fueron dirigidos por el arqueólogo Julio Martínez Santa-Olalla, un falangista germanófilo obsesionado por demostrar que los españoles siempre fuimos muy arios. Santa-Olalla logró que el siniestro Heinrich Himmler —que viajó a España en octubre de 1940 buscando huellas del Santo Grial— añadiera una breve escala en Castiltierra a su periplo, pero la lluvia impidió la visita. No obstante, expertos alemanes llegaron a la localidad segoviana y, con la excusa de su restauración, organizaron en 1941 el traslado a Alemania de decenas de fíbulas, pendientes, collares y vasijas que, más de ochenta años después, permanecen lejos de su origen. Va siendo hora de que inicien el viaje de retorno.

Por eso creo que el impulso de ese joven estudiante, de nombre Arturo Francisco Barbero, debería ser apoyado por las instituciones. Ya cuenta con la atención del Parlamento Europeo y del Ayuntamiento de Fresno de Cantespino, un municipio de unos 300 habitantes al que pertenece Castiltierra, que aspira a convertirse en un polo de atracción cultural para no sucumbir en mitad de la estepa castellana. Sin embargo, desde hace años espera que el Gobierno Central y la Comunidad Autónoma hagan algo. Medios tienen; para promover la justa restitución de piezas que forman parte de nuestra historia, pero también para que este paraje castellano-leonés, cultivando el pasado, espere algo del futuro.

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