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LA TRASTIENDA

Viernes de Dolores y potaje

Esa comida era un anticipo de lo que estaba por llegar en las jornadas sucesivas de la Semana Santa como tal

Viernes, 22 de marzo 2024, 05:30

Podría relatar a continuación muchos motivos y variadas razones por las que hoy es también un «viernes de dolores», así, con minúsculas. Sin embargo, en un alarde de generosidad y caridad cristina por mi parte, adelantándome al Jueves Santo, cuando la Santa Iglesia Católica celebra el llamado «día del amor fraterno», voy a ahorrar al lector tamaña estación de penitencia y suplicio y me voy a remontar a los tiempos de mi niñez y adolescencia. Ese día, el Viernes de Dolores, ahora sí con mayúsculas, era una jornada de regocijo y alegría por la sencilla razón de que comenzaban las vacaciones de Semana Santa. Se puede argumentar que ahora sucede lo mismo. Y es verdad, pero es que entonces, para los que estábamos internos, volver a casa y a nuestros pueblos, que no pisábamos desde el día después de los Reyes Magos (porque eso de los fines de semana no se estilaba), era motivo de gran celebración. Ese día nos subíamos al autobús en Arenas de San Pedro, donde compartí estudios en el seminario con el actual obispo de Salamanca y Ciudad Rodrigo, José Luis Retana, y bajaba en Ávila, coincidiendo con la celebración del mercado semanal. Tocaba reponer fuerzas después de un trimestre de obligado ayuno y de abstinencia, pero sin salirse del guion, es decir, que comíamos en un restaurante de la capital de provincia el plato de ese día: potaje de vigilia, con sus garbanzos, de los que no rebotaban si se caían al suelo, y el bacalao. La verdad es que a uno le pedía el cuerpo meterse entre pecho y espalda un chuletón o un filete grande, pero eso hubiese sido pecado mortal en el «Viernes de Dolores».

Esa comida era un anticipo de lo que estaba por llegar en las jornadas sucesivas de la Semana Santa como tal. El Domingo de Ramos el acto central era la Misa y la procesión además de la bendición de los ramos de laurel, del que olía, que se guardaban como oro en paño en los «sobrados» o despensas de las casas y de los que poco a poco se iban cogiendo las hojas para aderezar guisos diversos, como, por ejemplo, el potaje citado anteriormente. Generalmente, por mi comarca abulense de La Moraña, los garbanzos eran entonces de cosecha propia, porque casi todas las familias habían dedicado una de las parcelas a sembrar esta legumbre. Y como no había año igual, unas veces salían buenos, otras regulares y, los restantes, malos de solemnidad. La culpa principal era de la climatología, pero, al fin y al cabo, se trataba de cosecha propia. Con el paso del tiempo se fue perdiendo la costumbre de sembrar esta legumbre, hasta el año pasado, cuando la nueva PAC ha impuesto la obligación de dedicar una parte de las tierras a determinados productos, entre ellos los garbanzos. Ahora, el ingrediente principal del potaje de vigilia ni siquiera es de España, sino que viene de fuera, lo mismo que el bacalao. En resumidas cuentas, que hoy puede que nos tomemos un potaje de vigilia, plato tradicional donde los haya, pero con ingredientes de lo más internacionales.

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