Hace unos años y en pleno proceso de mi «desaficionamiento» a la llamada Fiesta Nacional, tuve una discusión pacífica con un enemigo de los toros, firme partidario de que se prohiban las corridas. Decidí convidar a comer a mi interlocutor a una taberna castiza de Madrid, plagada de carteles de toros. Para continuar con la provocación, pedí rabo de toro para los cuatro comensales. Debo reconocer que se lo tomó con deportividad. Mi principal argumento fue el siguiente: «Si de verdad queréis que desaparezca la fiesta de los toros, estaos calladitos y quietos, porque ya se encargan los taurinos de echarnos de las plazas; lo único que conseguís con vuestras críticas es establecer un único factor de unión entre taurinos y aficionados, para luchar contra un enemigo exterior, que sois vosotros», decía yo. A lo que él respondió más o menos de la manera siguiente: «No vamos a parar en nuestras críticas, hasta que eso que llamáis la Fiesta Nacional desaparezca; es nuestra razón de ser». Y así erre que erre, hasta que me cansé de que la burra volviese al trigo una y otra vez y solté lo siguiente: «Vale y si se acaban los toros, ¿qué vais a hacer los anti a partir de ese momento?». Llegados a este punto, se quedó callado, caviló y, entre sorbo de tinto y bocado de rabo de toro, me respondió: «Pues vas a tener razón; si se acaban los toros, los que estamos contra ellos, no tendríamos razón de ser, así que propongo un brindis, pero sin que se enteren más que los aquí presentes». Y brindó «por el futuro de los toros, que es como decir, por nuestro futuro».
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He recordado esta anécdota, sucedida en la primavera de 2019, estos días, en los que, como todos los meses de mayo (salvo en 2020), nos hemos vuelto a ver en el mismo sitio para repetir menú. Él estaba tan feliz con lo que había anunciado el ministro de Cultura, porque sabía que habría reacción del mundo del toro, y una contra reacción por parte de los anti. Si Ernest Urtasun, que al parecer está al frente del Ministerio de Cultura, no existiese, los taurinos, por un lado, y los aficionados a los toros, por otro, tendrían que reclamar a gritos su procreación o existencia. El susodicho anunció pocos días antes de que comenzase la Feria de San Isidro, que es el mayor y más importante acontecimiento taurino a nivel planetario, que liquidaba, de momento y para este año, el Premio Nacional de Tauromaquia, a la espera de su muerte a estoque y descabello (si hubiese necesidad) de forma definitiva, tras la lidia correspondiente en el proceloso mundo de la burocracia y una vez cumplidos los trámites y rituales pertinentes. Fue escuchar el anuncio de boca del señor ministro, que está en el Gobierno por Sumar, y taurinos y aficionados a los toros (ojo, que no es lo mismo) se unieron y sumaron sus críticas al responsable gubernamental. Acción, reacción. Y es que con Urtasun y similares, el futuro de la Fiesta Nacional está garantizado, a pesar de los taurinos.
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