Ayer se celebró lo que los funcionarios de las Instituciones de la Unión Europea (UE) llaman jocosamente «San Schuman». Vamos, que los que trabajan en ellas se tomaron un día de fiesta que equivale a decir un largo puente. Para algunos ciudadanos, eso será motivo de cabreo, vistos sus elevados sueldos, el trato en materia de impuestos del que se benefician, las pensiones que percibirán en el futuro y, encima, todo ello pagado con cargo a los impuestos de los sufridos contribuyentes europeos. Esos que se enfadan piden que, por lo menos, trabajen algo. Sin embargo, la mayoría de los miembros de «la Banda de Bruselas» no se caracteriza especialmente por sufrir ataques de laboriosidad. No me encuentro entre esos que se enfadan y critican a los euro-funcionarios. Mas bien, soy del grupo de los que se alegran de sus múltiples días de fiesta y jornadas de asueto, porque, cuanto menos vayan a trabajar, menos ocurrencias tendrán y más tranquilos estaremos los sufridos ciudadanos que padecemos sus brillantes ideas (es ironía). Y, si no, que se lo pregunten a los agricultores y ganaderos españoles, agobiados por tanta burocracia.
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Como digo la «Banda de Bruselas» festejó a «San Schuman», que es uno de los padres fundadores de lo que ha terminado siendo hoy la UE. Fue un político francés y el 9 de mayo de 1950 pronunció la Declaración que lleva su nombre, siendo ministro de Asuntos Exteriores. Merece la pena leer sus textos, o, por lo menos un resumen de los mismos. Es más, pienso que serían de obligado conocimiento para todos esos euro-funcionarios miembros de la «Banda de Bruselas», que ayer lo festejaron, para que cotejasen lo que dijo «San Schuman», con eso en lo que ellos mismos han convertido las Instituciones Comunitarias. Un ejemplo tan solo: cualquiera que se atreva a criticar el funcionamiento de la Comisión, del Consejo de Ministros o del Parlamento Europeo y a sus funcionarios, es tachado automáticamente, por estos últimos, convertidos en jueces y parte, de antieuropeísta. Vamos, que han protagonizado lo que bien podría llamarse «el rapto de Europa».
Que el proceso de construcción europea esta lleno de logros es algo incontestable. Pero también tiene defectos, como toda obra humana. Uno de ellos es que hemos entregado el poder a una banda de burócratas llenos de privilegios, que pagamos el resto, que viven en sus burbujas, que están bastante alejados de la realidad. Además, su número ha crecido exponencialmente y son ciento y la madre. Pongo un ejemplo; la Representación de la Comisión Europea en España lleva muchos meses sin director responsable y, que se sepa, sigue funcionando. En consecuencia, me atrevo a afirmar que ese puesto es perfectamente prescindible, como otros muchos dentro de la instituciones comunitarias. Pero los de la «banda de Bruselas» considerarán esta idea como poco menos que un ultraje. Y su poder es mucho. Cada vez más. ¡Si «San Schuman» levantase la cabeza!
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