Confieso mi devoción y querencia a San Antón o San Antonio Abad, el eremita que con el paso de los siglos se ha convertido en el protector de los animales y de las personas que los aman de forma sana. Confieso también que es una de mis fiestas preferidas y por eso me alegra sobremanera comprobar que durante los últimos años se ha registrado un resurgir de la misma en los pueblos y ciudades de esta España nuestra, como decía la canción. Y confieso asimismo que me produce una enorme satisfacción su celebración de las formas más variopintas, desde Trigueros (Huelva) a Gerona, pasando, por ejemplo, por Jaén; o desde Granada, Elda (Alicante) y Enguera (Valencia) hasta tierras gallegas, recalando en muchas localidades salmantinas, simbolizadas en la foto del marrano de La Alberca. Solo hay que darse una vuelta por internet para comprobar las múltiples maneras que adopta la fiesta de San Antón, desde luminarias y procesiones de antorchas a caballo o a pie, hasta los desfiles de las bandas interpretando los varios pasodobles, sevillanas y jotas dedicados al eremita, hasta la preparación de platos y guisos diversos, como se puede comprobar en un repaso solo por las celebraciones en Salamanca.
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San Antón y San Isidro son, sin lugar a duda, dos santos muy peculiares con algunos parecidos. El primero de ellos se retiró a orar a una cueva y a hacer una vida ascética hace ya muchos siglos, allá por las tierras que bordean hoy el Canal de Suez. Por lo que ha llegado hasta nosotros, ese era su trabajo, mientras que lo de San Isidro es más reciente, pero también dedicaba parte de lo que hoy llamaríamos la jornada laboral a rezar, mientras los ángeles bajaban del cielo y hacían su labor, según reza la tradición popular. La fiesta de San Antón supone para unos el final de las Navidades, de ahí esa expresión que se mantiene en muchos de nuestros pueblos que señala que «hasta San Antón, Pascuas son». Conozco más de una casa en la que se mantiene instalado el Belén justo hasta hoy. Para otros es la primera gran fiesta después de las Navidades extendidas hasta Reyes y puerta de la segunda oleada, con La Candelaria y San Blas ya en el horizonte. Estas últimas también están muy arraigadas en nuestros pueblos. Recuerdo que, en el mío, se bendecían las velas y cirios, que se guardaban en las casas para encender cuando a finales de mayo y junio aparecían las primeras tormentas con rayos y truenos, que provocaron muertes de agricultores y ganaderos a los que sorprendían en el campo. «Por San Blas, la cigüeña verás» reza uno de los refranes más conocido, que aludía a la vuelta de estos animales que habían emigrado, aunque ahora ya se quedan a pasar el invierno con nosotros y sus nidos situados en los campanarios permanecen ocupados todo el año. También han recobrado fuerza estas celebraciones, como sucede con la de San Isidro. Es una alegría ver que algunas tradiciones, la verdad es que pocas, no solo no se pierden, sino que van a más. Lo dicho, ¡Feliz Pascua de San Antón!
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