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Confieso mi preocupación: coincido con Puigdemont. No suele ser habitual, pero esta vez sí. El fugado, que se ha instalado en el sur de Francia para hacer desde allí campaña, ha tenido un ataque de lucidez mental y ha declarado, refiriéndose a «lo último de Pedro Sánchez» como «farsa» por razones «electoralistas». Estoy completamente de acuerdo con él en lo de farsa; en lo de las razones electoralistas, también, aunque no creo que sea el único motivo, ya que la verdadera razón de todo lo que hace el inquilino de La Moncloa es mantenerse en el poder y en este Palacio. No obstante, puede que esta vez se haya pasado de frenada. Desde siempre he sostenido que el otro objetivo de Sánchez, además de mantenerse en el poder, es terminar en algún momento siendo alguien en el panorama internacional, comenzando por el más cercano, el europeo. Y ahora la situación se ha puesto muy cuesta arriba para que lo consiga en el futuro. Hace ya tiempo escribí aquí mismo que, cuando conocí a Pedro Sánchez, en enero de 1998, en Sarajevo, donde entonces estaba en el gabinete del alto comisionado para Bosnia, el español Carlos Westendorp, descubrí a una persona joven apasionada por la política internacional y que casi todo lo veía desde esta óptica. Pues bien, años después, viendo lo que ha hecho y cómo se ha desenvuelto desde que alcanzó La Moncloa, me reitero en esta opinión. Sin embargo, si se hace un repaso de lo que se ha publicado en los principales medios europeos acerca de su esperpento o acto teatral, o como se quiera denominar a lo sucedido, la verdad es que la cotización o valoración que tenía por ahí fuera (poca o mucha) ha caído en picado. Salvo contadas excepciones, la mayoría de los medios de comunicación más influyentes han sido muy críticos con el español. Y de los gobiernos de los estados miembros de la Unión Europea, lo que me llega es más de lo mismo, vamos, que tampoco lo han entendido y consideran que ha sido una actuación muy poco sería, por utilizar un calificativo suave.
En resumidas cuentas, que, por el momento, tiene las salidas para lograr un puesto de carácter internacional bastante cerradas, salvo en todo el ámbito de lo que podríamos denominar «el Grupo de Puebla», pero ahí ya está muy bien situado Rodriguez Zapatero y tendría que competir con este último. La conclusión parece evidente: que nos lo tenemos que tragar aquí en los próximos años y eso ya son palabras mayores, para la mayor parte de los ciudadanos, incluidos los socialistas. Porque otra de las consecuencias de la «Operación Begoña» es que ha puesto a los socialistas, militantes y altos cargos, ante un espejo que ha devuelto una imagen de hiperliderazgo de Sánchez y de un grupo político en el que hace y deshace a su antojo, sin que haya por el momento recambio. «Y, si se va ¿qué hacemos?»: es una frase que he escuchado mucho en esos cinco días en boca de socialistas. La pregunta que deberían hacerse ahora es: «Y, si se queda, ¿qué hacemos?»
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