Borrar

La censura editorial y el caso de «Odio»

«La censura es una herramienta de escasa eficacia en un contexto en el que violencia y represión están excluidas»

José Antonio Cordón García (*)

Domingo, 30 de marzo 2025, 05:30

Pocas veces un libro ha adquirido el protagonismo que estos días envuelve a la obra de Luisgé Martín, «Odio», sobre uno de los casos de violencia vicaria más crueles de los últimos años. El conflicto se articula en torno al enfrentamiento de dos legitimidades: la de un autor para escribir, según su voluntad, sobre un tema polémico y controvertido, independientemente de sus consecuencias individuales o sociales, y la de una madre que sufre dos veces la tragedia, en el momento de los hechos, y en el de su recreación escrita. Con el agravante de que su opinión sobre los mismos no aparece reflejada en la obra. Desde este punto de vista se puede colegir la revictimización que se alega para justificar las medidas solicitadas de retirada de la obra de los puntos de venta, o el secuestro directo de la misma.

La censura ha sido, a lo largo de la historia, un mecanismo de control utilizado por el poder para restringir la circulación de ideas y limitar la capacidad de los ciudadanos para acceder a discursos considerados peligrosos o inconvenientes. Sin embargo se trata de una herramienta de escasa eficacia, al menos en un contexto en el que violencia y represión estén excluidas: puede retrasar la difusión de una obra y generar dificultades en su publicación, pero rara vez logra suprimirla por completo. De hecho, en muchas ocasiones produce un efecto de rebote: el intento de prohibición suscita un interés renovado por el texto, amplificando su difusión y aumentando su impacto cultural.

El caso de Odio, de Luisgé Martín, es un ejemplo ilustrativo de este fenómeno. Más allá del debate ético sobre la descripción de unos hechos repulsivos y de una conducta execrable, aviesa y desalmada, este episodio plantea una cuestión fundamental: ¿puede la censura editorial generar un cortocircuito en el proceso comunicativo, restarle accesibilidad a una obra e impedir que llegue a los lectores? La historia de la literatura demuestra que no solo no lo consigue, sino que, en muchas ocasiones, ejerce un efecto multiplicador sobre la difusión de la misma. Y es que toda prohibición genera una demanda exponencial de aquello que se pretende ocultar.

Investigaciones realizadas en bibliotecas estadounidenses han confirmado este aserto: los títulos sometidos a cualquier tipo de prohibición ven incrementada su circulación en un 12% en comparación con otros libros no cuestionados. En el caso de Odio, la polémica en torno a su publicación ha servido como una estrategia involuntaria, y seguramente no deseada, de promoción.

Un caso significativo que, en cuanto al proceso, que no en cuanto al tema, puede servir de referente, es el de Fariña. En esta obra se desarrolla un exhaustivo reportaje sobre el narcotráfico en Galicia, en el que se documenta la evolución de las redes de contrabando de tabaco y su posterior transformación en estructuras de tráfico de drogas. El libro adquirió notoriedad cuando un juez ordenó su secuestro cautelar, convirtiéndose en un caso emblemático de censura judicial en la España del siglo XXI.

Paradójicamente, la orden judicial tuvo el efecto opuesto al buscado: en lugar de silenciar el libro, lo convirtió en un fenómeno mediático y editorial. Se vendieron de inmediato todas las copias disponibles en librerías antes de que se ejecutara el secuestro, y la obra se disparó en descargas digitales y consultas en bibliotecas.

Uno de los métodos más ingeniosos para sortear la censura de Fariña fue la creación de una aplicación que permitía reconstruir el texto del libro utilizando como base El Quijote. En medio del secuestro judicial de Fariña, la agencia creativa Carne Cruda y el colectivo de desarrolladores Montera34 lanzaron una aplicación web llamada «Fariña Encriptada», que permitía a los usuarios reconstruir la obra sin violar la prohibición legal.

La censura de Fariña no solo fracasó, sino que provocó una ola de solidaridad con el libro y su autor. La iniciativa de reconstruir la obra a partir de El Quijote no solo fue una forma de resistencia digital, sino también una metáfora perfecta sobre el poder de la literatura: las palabras, una vez escritas, siempre encuentran el camino para volver a ser leídas.

Finalmente, en junio de 2018, el Tribunal levantó el secuestro del libro, argumentando que no existía vulneración del derecho al honor y que primaban los derechos a la información y la libertad de expresión. Para entonces, Fariña ya se había convertido en un bestseller y en un símbolo de la lucha contra la censura en democracia.

La historia nos enseña que los libros siempre encuentran la manera de llegar a los lectores. La censura puede imponer obstáculos, pero rara vez logra suprimir una obra. La verdadera batalla no es contra la censura, sino contra el olvido. Como advierte Nuccio Ordine, «prohibir y censurar son ilusiones de escasa trascendencia». La literatura, en su capacidad de resistencia, demuestra una y otra vez que su destino no lo dictan los censores, sino el tiempo y los lectores.

En el caso de Odio se han enfrentado dos aspiraciones legítimas, aunque desiguales. La de un autor por explorar el subsuelo del alma humana, los espacios más inhóspitos y terribles de nuestra condición existencial, y la de una víctima cuyo infierno vital se puede ver recrudecido por la aparición de una obra en la que se describe, y se recrea, la violencia más infame y devastadora. La inclinación natural de cualquier mente biempensante sería la de apoyar los argumentos, contundentes, del fiscal frente a la permisividad legal del juez. Pero la razón y la historia nos demuestran que toda prohibición engendra su némesis, y que la indigencia informativa es el germen de la saturación y la sobreproducción.

Los dilemas éticos se plantean siempre como conflictos entre imperativos categóricos significativos. El problema es dilucidar si apelan únicamente a la conducta individual o también al cuerpo social. Se trata de una disyuntiva difícil, en la que pugnan lo racional y lo emocional, y en la que la medida más eficaz no es la prohibición o el ruido, sino el silencio y el olvido, la ignorancia y el desprecio de la ignominia recreada.

(*) José Antonio Cordón García es catedrático de la Universidad de Salamanca.

Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lagacetadesalamanca La censura editorial y el caso de «Odio»