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CONVERSACIONES CON CIRO BLUME

Como una yema de Santa Teresa

Estos dos indigentes intelectuales -Otegui y Rufián- son los que con mayor frecuencia aluden al tema de la unidad de España

Jueves, 17 de agosto 2023, 05:30

Una mente tan inhóspita como la de Arnaldo Otegui piensa, perdonen por el eufemismo, que para conseguir una España roja primero hay que lograr una España rota. Se lo largó no hace mucho, en una arenga muy aplaudida, al conjunto de la izquierda española. Estos son los barrios por donde también vivaquea otro cerebro tan desasistido como el del vasco. Me refiero al cerebro de Rufián, un conjunto residencial carente de cualquier artesonado neuronal. Esa pronunciación lenta y silábica que esgrime en las tribunas sólo es como consecuencia de su incapacidad neurológica para unir dos frases seguidas.

Pues bien, estos dos indigentes intelectuales son los que con mayor frecuencia aluden al tema de la unidad de España. La tempestad que no les deja conciliar el sueño. El estoque que en todo lo alto llevan clavado hasta los gavilanes. Ellos saben de sobra que para romper España sólo hay tres maneras posibles. La primera es por la vía constitucional. Demasiado para Gálvez, se dirán compungidos al contar los escaños de la derecha. La segunda vía sería la formación de sendos ejércitos, uno vasco y otro catalán, con el fin de regresar, ay Carmela, a las riberas del Jarama, al Alcázar de Toledo y al río Ebro, para luego, como es su costumbre, correr como conejos hasta más allá de Castro Urdiales, los unos, y Vilanova i la Geltru, los otros. Pero también saben que hay una tercera vía, mucho más factible y descansada. Consiste en poner en la Moncloa a un títere, ambicioso y sin escrúpulos, que permita la pantomima jurídica de un par de referéndums de autodeterminación. Naturalmente, con las bendiciones constitucionales del presidente del alto tribunal. O sea, del jefe de la mafia.

Bueno, pues ya sabemos que en la Moncloa van a colocar a la persona que ni fabricada de encargo, es decir, al gran mago de las urnas, y en perpetua disposición para que vascos y catalanes le dejen la próstata como una yema de Santa Teresa. No duden ustedes de que España, durante el califato que ahora comienza, volverá a los términos de cuando Almanzor, que tiene estatua en Algeciras, llegó a pasearse por la Diagonal y a punto estuvo de comprar el Barsa.

¿Qué esperanza nos queda a los españoles? Lógicamente, cuando llegue este momento crucial no tendremos más remedio que confiar en que nuestro monarca, don Felipe, esté a la altura de sus antepasados. Constitucionalmente, claro está, pero con la contundencia necesaria para poner a cada uno en su sitio. Es decir, no muy lejos de la cárcel de Alcalá de Henares, ciudad, por cierto, que hizo universal el cardenal Cisneros, aquel franciscano que, con un par de maitines bien puestos, mantuvo la unidad de España durante su regencia, entre la muerte de don Fernando y la llegada de don Carlos.

Si estudiáramos a fondo las vicisitudes que aquellos reyes tuvieron que superar para conseguir la unidad de los reinos españoles, ocho siglos de luchas sin cuartel contra la morería, se nos haría difícil comprender cómo ahora, en nuestro tiempo, haya una caterva de facinerosos trabajando en la descomposición de lo que tanto costó unificar. Unidad que nos hizo grandes y fuertes en el mundo y en la Historia.

Pero ya se sabe que el Mal habita en la médula del hombre y, para colmo, resulta peligrosamente destructivo. Sin embargo, al Mal se le combate con el Mal. No hay otra fórmula. Desempolvemos, pues, «Los cantos» de Lautrémont, aquel poeta maldito, para sentir aquí dentro, estéticamente, la esencia maligna de nuestro barro original. Sánchez, Otegui y Rufián, entre otros desechos, son el Mal para la nación española. Claro que nosotros, los españoles de sentimiento y vocación, también somos el Mal, y muy dispuestos a disfrutar con las delicias de la crueldad y la cólera. Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero…

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