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CONVERSACIONES CON CIRO BLUME

La sumisión de las masas

Uno iría a votar si las listas electorales fueran abiertas. A lista cerrada ya se sabe que se elije a los amiguetes del jefe de filas

Jueves, 22 de junio 2023, 05:00

Más o menos es lo que habría escrito Ortega a la vista de los circos electorales de la España de un tal Sánchez. De los líderes egregios que vienen en el prospecto, esos tipos que molestan hasta en la hora sagrada de la siesta, no me quedo con ninguno de ellos. Ni por la izquierda ni por la derecha ni, mucho menos, con el más allá de los límites constitucionales. Me refiero, claro, a independentistas vascos, catalanes y otras rubias comunistas, aunque estas vayan vestidas a la moda socialdemócrata y demás perifollos de la pasarela Cibeles.

De haberme pedido opinión hubiera orientado el espectáculo hacia el régimen británico, donde cohabitan la monarquía de la familia Windsor y el republicanismo de los laboristas. Naturalmente, los conservadores son monárquicos por naturaleza, al menos hasta el momento, ya veremos cuando el virus de Oliver Cronwell se reavive en algún laboratorio chino y algún Marco Polo se lo traiga de vuelta.

Desde luego, uno iría a votar si las listas electorales fueran abiertas. A lista cerrada ya se sabe que se elije a los amiguetes del jefe de filas. La lista cerrada, en un régimen parlamentario como el nuestro, es el instrumento que permite anular la división de poderes, ya que se otorga al poder ejecutivo los mecanismos necesarios para controlar al legislativo.

¿Qué demonios hace el Banco Azul, el poder ejecutivo, en el mismo templo del poder legislativo? ¿Acaso alguna vez se ha visto, por ejemplo, al presidente de los Estados Unidos sentado en un escaño del Congreso mientras se debate una ley? Tanto la inglesa como la americana no son democracias perfectas, las dos tienen sus atajos, pero al menos sobre el papel cumplen con todos los requisitos previstos.

Este es el motivo de que en las próximas elecciones generales, lo mismo que en todas las anteriores, no vayamos a votar a nuestros verdaderos representantes, sino a «culiparlantes» que se ganan el sueldo votando leyes según la orden que les llega directamente del Banco Azul, es decir, del presidente del Gobierno. ¡Y ay de aquel que se mueva en la foto!, como dijo el Guerra después de propinarle un estoconazo al pobre Montesquieu, cargándose de paso la independencia del poder judicial, que era la pieza que faltaba para completar el estropicio de nuestro gran engendro político.

Encima las masas son moldeables a capricho y, por supuesto, no tienen la obligación de saber ni Derecho Político ni Constitucional.

Las masas están para deslomarse en el trabajo y llevar banderas y cantos de mal gusto a los estadios, que para eso se inventó el fútbol, es decir, para que los votantes se acerquen a las urnas bien desfogados y con el convencimiento de que los gobernantes que van a elegir resolverán sus frustraciones personales y, a mayores, su equipo ganará la Liga siempre que fiche a Negreira.

Como decía Ortega, «el hombre masa es un primitivo, que por los bastidores se ha colado en el viejo escenario de la civilización». Una civilización que para colmo parece fabricada de cartón piedra, como en «El Show de Truman». Una civilización donde la mayoría de los regímenes políticos tiende a camuflar la tiranía bajo las entretelas de una democracia falsificada. Por desgracia al hombre masa le da todo igual, no atiende a razones y sólo aprende en propia carne, además de ser demasiado sensible y permeable a las zalemas de la propaganda electoral, un compendio de técnicas psicológicas encaminadas a convencerle de la bondad de sus verdugos.

Días llegarán en que los lodos de la vergüenza nos cubrirán a todos y la nostalgia de los tiempos antiguos poblará nuestros sueños nocturnos. Aquellos que en tiempos soñábamos con una democracia liberadora, ahora soñamos con volver a Región, donde éramos más felices y jóvenes. Y, sobre todo, mucho más delgados.

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