La verdad es que parece estar más sonado que las maracas de Machín. Al menos, en público. Supongo que en privado recaerá por desgracia en la cordura. Sin embargo, Javier Milei, el otro día en Madrid, me pareció imbuido de todo derecho para responder a las acusaciones del australopiteco. Que un ministro de España, en su línea habitual, llame drogadicto al presidente de un país amigo, es suficientemente grave como para que el aludido haga uso de toda su artillería.

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Claro que Milei no iba a utilizar como diana al primate, no en vano sólo se trata de un mamífero sin la estructura neuronal propia de su especie. De manera que el argentino acertó de lleno al dirigir su respuesta, tan clara como contundente, al mismo corazón de la rosa púrpura de El Cairo. Un corazón inquieto, transido de amor, que por lo que dicen no ha parado de repartir indulgencias a empresarios en pleno naufragio.

Bien sabía Milei en qué herida había que hurgar para que la andanada adquiriera el efecto deseado. Desde luego, servidor, como español, no se siente ofendido por su respuesta, sino más bien aliviado por saber que el mundo entero, por fin, empieza a tomar buena nota de la clase de dictador bolivariano que nos gobierna.

Curiosamente, nadie ha salido a defender a doña Inés. Nadie ha sugerido que pondría la mano en el fuego por la inocencia de esa gran benefactora social. La respuesta diplomática a la balacera del gaucho se ha limitado, por parte de nuestro ministro de Asuntos Exteriores, esa cosa ridícula con aires de metre francés, a exigir disculpas al Gobierno argentino. Los demás títeres de Sánchez se exprimen sus cerebros encogidos con el fin de responder al ataque contra los amantes de Teruel, pero tan sólo han alcanzado a tildar al gaucho de ultraderechista, como si supieran su significado.

La mayoría de los españoles sólo sabe de Javier Milei que es el presidente de la República Argentina y que es de extrema derecha. La propaganda política de los zurdos, como diría el propio dignatario, ha llegado a tal nivel de manipulación intelectual que al liberalismo lo confunden con el fascismo. Sin embargo, el liberalismo, es decir, la propiedad privada, el hogar inviolable y la libertad de los ciudadanos para producir y comerciar lo que les venga en gana, parece ser que está siendo catalogado como una perversión totalitaria. Sin embargo, la destrucción del tejido industrial, la persecución a ultranza de las actividades agrícolas y ganaderas, el aumento de los impuestos hasta cotas insoportables, el alineamiento ideológico con países de regímenes teocráticos, con gobiernos terroristas como el de Hamás y con países gobernados por narcotraficantes es sinónimo, increíblemente, de progresismo. Lo terrible es que esta manipulación ideológica que desde hace años viene perpetrando la izquierda, empieza a convertirse en doctrina política para las nuevas generaciones.

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De manera que la única defensa efectiva contra el totalitarismo «globalista», que mediante el desarrollo de la Agenda 2030 quieren imponernos, es el liberalismo político de Javier Milei, al margen de sus gestos leoninos y como de loco tronado. Porque, bien mirado, hay que padecer cualquier clase de locura para enfrentarse, no sólo a la mafia peronista, que lleva décadas robando a manos llenas, incluso con la complicidad criminal de su Banco Central, sino a ese «globalismo» millonario que, desde los Estados Unidos, embozado y silencioso, recorre el mundo como un fantasma de última generación. La sorpresa es que ahora cabalga a la grupa de aquel otro fantasma que antaño azuzaron hasta el fracaso los viejos marxista del cuplé. Ojalá, algún día, otro loco como Milei pueda izar en la Moncloa la bandera triunfante del liberalismo. Sea quien sea el confaloniero que lo logre. Viva la libertad, carajo.

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