Algunos jueces se han convertido en el principal escollo para que hagan de España una república bananera. No sabemos el número de resistentes, pero tal vez sea el suficiente para sujetar esta vorágine que progresa, de ahí su progresismo, hacia una sociedad sometida bajo la cursilería epistolar y llorona de ese Gustavo Adolfo que vive en la Moncloa.

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Veamos qué ocurre con el acuerdo sobre la elección de los miembros del Consejo del Poder Judicial. Pues bien, cuando al curilla Bolaños le entra esa euforia tan incontenida como arcangélica, España tiembla como una niña asustada. Ya lo dijo esa otra niña de Madrid, no tan asustada, por cierto: ¡Nos van a engañar! Y les engañaron.

No entiendo cómo el señor González Pons, para tanto como destaca, pudo leer de manera tan distraída el folio del acuerdo. Por supuesto que no es vinculante para el Parlamento lo que propongan los jueces sobre el proceso de su elección. Es probable que lograran el éxito si tuvieran de su parte suficientes demócratas en el Congreso, pero en esta casa de tócame Roque, entre comunistas, socialistas y la jauría de golpistas, no saldría adelante cualquiera de sus propuestas.

¿Se ha visto alguna vez que una banda de delincuentes se ponga de parte de quienes han de juzgarlos?

Otro problema que los jueces les han generado, cosa que se veía venir, ha sido la aplicación de la ley de Amnistía.

Naturalmente, cuando se promulgan leyes inconstitucionales, lo más normal es que su redacción sea una chapuza infecta. Que es exactamente lo que ha pasado. Como ustedes saben, la Ley de Amnistía ha sido escrita por un señor que se llama jurista a sí mismo. Uno de esos abogados que solamente contrataría, por ejemplo, Josu Ternera, Dillinger y Sito Miñanco. Pues sí, se trata de un tal Gonzalo Boye Tuset, un tipo al que acusaron de colaborar en el secuestro de Emiliano Revilla, entre otras fechorías no de menor importancia. No es difícil de imaginar desde dónde, aquí el amigo, obtuvo su licenciatura en Derecho.

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¿A quién le extraña, entonces, que un juez del Tribunal Supremo, don Pablo Llarena Conde, jurista de prestigio internacional, haya puesto las peras al cuarto a ese chisgarabís que se ha limpiado su mala baba carcelaria con los pliegos de nuestra Constitución?

Claro que lo más terrible es el recorrido vergonzoso de la Ley de Amnistía. En primer lugar por las mesas de los juristas del Congreso, sustitutos traídos para la ocasión, y, posteriormente, por los escaños socialistas, que como facinerosos aplaudieron, puestos en pie, la aprobación del engendro. Ni siquiera Tejero, pistola en mano, llegó a profanar tanto y tan profundamente a ese sacrosanto salón de plenos.Hasta qué grado de degeneración diabólica habrá llegado el rojerío español para que nosotros, las derechas, manda huevos, ahora estemos en sintonía ideológica con Felipe González. Claro que, si mal no recuerdo, fue su Gobierno quien hizo trizas, en 1985, el artículo 122 de la Constitución, que regula la elección de los jueces del Consejo.¡Montesquieu ha muerto!, gritó el Guerra cuando perpetró su asesinato. Era como decir, imitando a su tocayo el torero: «¡Después de mí, «naide»! Y ya sabemos que «naide» vive hoy en la Moncloa, se llama, como digo, Gustavo Adolfo y se encuentra en plena orgía matrimonial junto al arpa, del salón en el ángulo oscuro. Dios quiera que el juez Peinado prosiga, erre que erre, con sus «putaditas» de intrépido suicida. Pero no se olviden de que Rajoy, con su mayoría absoluta, tuvo la oportunidad histórica de enmendar el entuerto, pero esa galbana suya de gallego indeciso impidió por cobardía que los jueces, al menos en parte, volvieran a votar a los jueces. No hablemos ya de la aplicación del artículo 155 en Cataluña. De aquellos polvos, claro, vienen ahora estos lodos.

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