Europa se ha quedado perpleja por el ascenso meteórico de las derechas. Téngase en cuenta que los «partidos populares» responden desde hace tiempo, por motivos de marketing electoral, a ideologías de centro. En España, sin ir más lejos, el partido de Feijóo, según el espectro ideológico, se sitúa justamente en el círculo central ártico, que es donde fermenta el vino que tiene Asunción; colocándose los socialistas justamente a su izquierda, allí donde los situó, en los años treinta, don Francisco Largo Caballero. Naturalmente, a Vox le corresponde apurar el giro cuanto más a la derecha mejor. Ya veremos si estos jóvenes se dejan de nostalgias inútiles, miran hacia adelante y nos llevan, cuando les corresponda, por la vía de la Democracia, el Liberalismo y la Constitución.
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En París más de cien mil manifestantes pasearon su cólera por el Bois de Boulogne, lo mismo que antaño paseaba su chistera, brillante como un espejo, el gran Boni de Castellane. Me dijeron que protestaban porque el partido de Marine Le Pen había obtenido más votos de los convenientes y puede que la «puretona» acceda la Presidencia de la República. Naturalmente, cuando me enteré de que en esa manifestación sólo ondeaban banderas palestinas, comunistas y separatistas, me dije que la razón del ascenso de esa señora había que buscarla allí mismo.
Digo yo que los cachicanes de los partidos europeos, me refiero, claro, a los partidos de siempre, en vez de rasgarse las vestiduras por el ascenso de formaciones a su derecha, se habrán dedicado, un suponer, a estudiar los motivos de tan enorme sorpresa. Solamente deberían volver la mirada hacia la isla de Hierro, ustedes ya me entienden, para comprender que los europeos, antes de que termine este siglo, no necesitaremos tomar el sol en las playas de Marbella para conseguir, pongo por caso, el moreno senegalés del príncipe de Hohenlohe, que en paz descanse. Fue un privilegio haberle visto lucir su africanidad epitelial cuando bailaba rumbas en las noches libidinosas de la Olivia Valere, una señora que estuvo de muy buen ver antes de que se comiera todos los tejeringos de la plaza de los Naranjos.
Al fin no tendremos que envidiar la piel morena del príncipe, ya que los miles y miles de subsaharianos, que ilegalmente entran a diario en Europa, nos proporcionarán una piel que nunca más necesitará de cremas de protección solar, pues vendrán incorporadas al genoma de los nuevos europeos. Sin contar los miles de jóvenes musulmanes que ya están aquí para enseñarnos, además de los misterios matemáticos de la Mecánica Cuántica, el protocolo educativo de cómo hay que tratar a las mujeres, sobre todo en el caso de desmanes amorosos, destapes innecesarios y otros errores culinarios de mayor trascendencia.
A no ser, claro está, que algún político, con dos dedos de frente, logre cerrar los agujeros negros al trasiego ilegal de seres humanos. Pero, sobre todo, al globalismo ideológico de ciertos foros: el Club Bilderberg, por ejemplo, cuyo único objetivo es poner a Europa bajo la influencia cultural de las universidades africanas.
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Como profetizó Oriana Fallaci, mucho me temo que la chilaba, más su boina de añadidura, con lo mal que me sienta, pronto será la última moda que nos llegue de las pasarelas francesas. Sin contar con la exquisitez de esa cocina arrebatada de cuscús y ojos de cabra moribunda, que nos guisará el bueno de Juan Andrés, ese chef de tanta santidad y amigo de socorrer a los necesitados. También, Dios le perdone, el padre Ángel, desde el minarete de la Clerecía, será quien nos convoque puntualmente a la oración, poniéndonos a todos con el culo mirando a la Sierra de Francia y la nariz hacia Peñaranda de Bracamonte. Relájense y disfruten del espectáculo que viene.
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