Cuando esa copla de La Internacional ahoga la garganta de los pobres de la tierra, a mí se me pone la piel de gallina. Tal vez uno sea demasiado sensible y al oírla me arda la próstata tanto como la de don Juan ante los aromas conventuales de doña Inés. Sobre todo, maldita sea, cuando se canta aquello tan lírico de la «famélica legión». En ese punto G es donde uno llega al clímax solemne de la cosa y, en consecuencia, las lágrimas empiezan a brotar al estilo de los géiseres de Almagro, que surgieron cuando aquello del maestro Cagancho.

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Además de tanta emoción musical y toda esa vaina de «ni esclavos ni dueños habrá y aquello otro del hundimiento del espíritu burgués», llega el César Visionario y levanta el puño como si tal cosa. Es entonces cuando se organiza una verdadera orgía ideológica. Sobre todo inmobiliaria y urbanística. Al parecer, nuestro líder se ha propuesto construir más viviendas sociales que Franco, es decir, por encima de los cuatro millones de unidades. Creo que de momento, en siete años, lleva levantadas unas doscientas, luego es probable que las restantes puedan ser entregadas a lo largo de este siglo y del siguiente, una proeza que deberá apuntarse en el haber de la lucha revolucionaria contra los demonios del capital y el cambio climático. Me llegó al alma cuando el chato Cerdán, un genuino bulldog de las ideas, se adornó con la cita de Fichte y sus «Discursos a la nación alemana». Fueron unos momentos demasiado exaltados para algunos corazones palpitantes, arrítmicos y como transidos de un sinfín de emociones estéticas. No en vano la oratoria ciceroniana del nuevo cachicán organizativo actuaba en las almas sangrantes de los presentes como el bálsamo de Fierabrás, que todo lo cura.

Zapatero también estuvo genial en su coloquio con la dama de la Bética. Parecía el mismísimo Pietro Aretino convenciéndonos de que a la Delcy le faltaba algo más de ortopedia para conseguir un puesto entre sus visitadoras. No sé si el diputado Ábalos y su gran oso panda estarían de acuerdo con la severidad de tal juicio. La que sí estaba de acuerdo era Marichús, cuyo desiderátum en esta vida es, caiga quien caiga, desplumar al novio de la señora Ayuso. De ahí que lo nombre a todas horas y le mande cartas desde la oficina, la fiscalía, el gabinete de la presidencia, la prensa en general e, incluso, desde Iwo Jima, traducidas al inglés por Clint Eastwood. No obstante, el cartero que llamó dos veces fue Juan Lobato, aquí te pillo aquí te mato, quien se fue escopetado a que un notario le guardara el convoluto, pues conociendo el paño ya se veía de chivo expiatorio entre las garras de astracán de algún fiscal trabucaire, que los hay.

El final de fiesta, reservado al César Visionario, superó cualquier expectativa. Me dio la impresión de que su discurso fue como un llamamiento a filas. Si el chato Cerdán citó a Fichte, el Uno me dejó ahíto de admiración cuando elevó su voz de barítono para animar a las tropas a conseguir la victoria en todos los frentes. El muy cabrón se sabía de memoria el libro de Clausewitz sobre la guerra. Sólo le faltó decir aquello de que él jamás huiría del campo de batalla disfrazado de mendigo, como Napoleón en Waterloo. La militancia a punto estuvo de venirse arriba y comenzar una nueva revolución contra las togas y el Real Madrid, que es lo único que nos queda intacto del imperio.

Había lágrimas en los ojos de la Virgen de Begoña, que se fue de Sevilla con las bendiciones de los cofrades, recordando que algunos vivieron el mismo calvario judicial no hace tanto tiempo. Por ejemplo, Chaves y Griñán, ambos amnistiados por el comisario Pompidú, gran centinela del estado de derecho. O sea que otra vez estamos en guerra. Y el caso es que se me engatilla el fusil. En serio.

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