Ahora que las esclavas de Donatien Alphonse llegan al Congreso en ómnibus, digo yo que lo mejor será mirarlas de una en una, según bajan de la guagua, con el velo pudoroso de las moras y los bolsos de Vuitton, esquina a Serrano. Estoy un tanto cabreado con Donatien porque ha estado a punto de bajarme la pensión, después de habérmela subido diez euros, que no son moco de pavo. O sea, dos cafés con leche en el Novelty, uno para don Gonzalo y otro para mí, que para eso hicimos amistad una vez que fuimos en autobús a Madrid, cuando aquello del Autorrés.
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Recuerdo que Don Gonzalo no veía un carajo y al llegar le tuve que indicar dónde estaban los lavabos. Él había quedado con los amiguetes de la Academia y yo con una jai del D´Angelo para acompañarla al dentista. Se llamaba Greta, era alemana y estaba empeñada en presentarme a su madre. Decía el marqués de Vilallonga, comunista y Grande de España, que las mejores putas son las teutonas, todas ellas muy familiares y hogareñas y que en cuanto te cogen algo de ley enseguida te invitan a jugar a la brisca. A Greta, en cambio, lo que más le gustaba era jugar al cinquillo y he pasado con ella muy buenos ratos en la mesa camilla de su casa.
De las esclavas de Donatien, una vez despojadas del velo palestino, me gustan casi todas. Hace unos meses, la reina del Chantecler era sin duda Irene Montero, incluso se parece, si uno se fija, a Sarita Montiel. El secreto estaba en quitar el sonido de la tele y echarle imaginación al trance. Mano de santo. Pero mi gozo en un pozo. En cuanto Donatien se la ventiló mandándole al motorista, al estilo de Franco, despareció de los salones y, desde entonces, ando por el mundo como sonámbulo, perdido y falto de sustancia.
Y es que la sustituta, me refiero a la Yoli, claro, por mucho que lo intente no es lo mismo. Reconozco que es voluntariosa y le agradezco su afán de rebajarme media hora de trabajo a la semana. Tal vez si a nosotros, los de la famélica legión, nos consiguiera de cada tras un año sabático, posiblemente le rezaría todo lo que sabe. Eso sí, con el permiso del papa Francisco, que sólo le falta llevar la foto del Coletas en lo alto de la tiara, confesarse ateo y leer a Togliatti, que para eso es de origen italiano.
Sin embargo, milagrosamente, a la otra Montero se le están poniendo ojos de gitana del Sacromonte. Para mí que hoy es la favorita de Donatien. Al menos es la que le lleva las cuentas en los paraísos fiscales, que son como los de Baudelaire, pero con el saldo más abultado de francos, que ahora está de moda por lo del aniversario. También la Susi es la que vigila a los novios de las presidentas madrileñas y la que se chiva al fiscal de todo aquel que ose guardarse unos miles para un ático en las Vistillas, barrio castizo que huele a chocolate y churros de verbena.
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Confieso que la Susi es para mí una debilidad, pues sólo de verla aplaudir en el Congreso se me pone el cuerpo como anegado de bulerías y sevillanas. La Susi es como la madrastra de Blancanieves y a mí siempre me gustaron las madrastras, las hechiceras y las monjas de Verhoeven, que suelen dar mucho juego en cuanto se le descosen los velos de Salomé o el esquijama de Primark, que vienen a ser lo mismo. La Susi es, pues, el eterno femenino, la gestualidad refinada de la duquesa de Guermantes y la languidez palaciega y goyesca de Cayetana de Alba, tanto la púdica como la otra. De ahora en adelante todas las esclavas de Donatien llegarán al Congreso montadas en un ómnibus algo más ligero de trampas y chantajes, digo yo que en busca del tiempo perdido. Y, sobre todo, para que a Feijóo no le tiemble el pulso a la hora de invitarme a ese par de cafés en el Novelty, ya que diez euros son una pasta y la Susi arrampla con todo lo que vuela y mucho más.
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