Cuando estudiaba en Madrid fui a clases particulares de inglés con un señor americano que se llamaba Frank. Vivía muy cerca de El Retiro. Sin embargo, la persona que me lo recomendó no me dijo que fuera negro. De manera que al abrirme la puerta y verlo allí delante casi me da un ataque de pánico. No era el primer negro que veía, claro, pero sí era el primero en mirarme directamente a los ojos. Pues bien, después de un tiempo conjugando verbos irregulares, la negritud de mi profesor desapareció y, sin darme cuenta, lo empecé a ver como si fuera tan blanco como los arcángeles del Divino Angélico.
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El caso es que pasaron algunos años, tal vez demasiados, cuando en una razia por los anaqueles de la Librería Cervantes, me encontré con una novela, «El cielo está muy alto», de un tal Frank Yerby. En la fotografía reconocí a mi profesor de inglés. Leí su historia y resulta que debió salir de najas de los Estados Unidos. Supongo que por desavenencias ideológicas con los encapuchados del Ku Klux Klan.
A partir de ese momento me aficioné a los escritores negros, convirtiéndome en un lector compulsivo de Walter Mosley, Ralph Ellison, James Baldwin, Chester Himes, etc. Les aseguro que, junto a Faulkner y Mark Twain, son en mi opinión los mejores escritores de América.
No obstante, puede que tengan razón aquellos que me dicen racista. Pues bien, digo yo que lo seré en la medida que señale el reglamento. Ni más ni menos. Porque no creo que nada tenga que ver con el racismo mi crítica severa al hecho, al menos chocante, de que la selección francesa, en su partido contra España, terminara jugando con «diez negritos». Me pregunté si serían los de Agatha Christie.
Uno siempre había creído, por mis estudios de Geografía en la escuela primaria, que los franceses eran en su mayoría de raza blanca. ¡Qué equivocación! Claro que también la selección inglesa va camino de oscurecerse a marchas forzadas, si bien aún se mantiene en un inquietante cincuenta por ciento.
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En cuanto a la selección española de fútbol, que desde siempre ha mantenido una relación discreta con la raza negra, nos llegan comentarios de periodistas que ponderan las excelencias de la emigración ilegal porque ilegales, al parecer, fueron en su día tanto la familia de Nico Williams como la de Lamine Yamal. Dos jugadores que, sin duda alguna, han sido decisivos en la victoria de los tercios españoles sobre las tropas de Mambrú, aquel general inglés que se fue a la guerra.
Uno propondría que los cientos de jóvenes de raza negra, que a diario llegan a Canarias y a otras playas españolas, fueran probados por profesionales del fútbol. Y si de cada cien mil, por ejemplo, sale uno como Yamal, zas, para el Real Madrid, que ha demostrado ser el club más predispuesto a la mezcla cultural de civilizaciones. Eso no quiere decir que desprecie a los futbolistas de dicha raza. Ni mucho menos. Actualmente estoy encantado con el fichaje de Kilian Mbappé.
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Sin embargo, para mi gusto, ha de imponerse un cierto equilibrio racial a la hora de completar la plantilla de un club. Al menos para que parezca que ese equipo pertenece a su lugar de procedencia. De otra manera, los futbolistas de raza blanca que hayan sido descartados no tendrán más remedio que montarse en los cayucos que llegan a Canarias y remar hasta las playas de África. Tal vez, al haberse vaciado de futbolistas, puede que les fichen para jugar tanto en sus equipos como en las distintas selecciones. ¿Se imaginan once blancos, rubios como la cerveza, jugando en la selección de Camerún?
Profetizo, pues, que dentro de unos años, el mundo girará al revés, los hemisferios se habrán dado la vuelta y servidor, si nadie lo remedia, llegará a ser socio honorario y llevará la camiseta del Bamboutos Fútbol Club. O sea.
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