El cielo se equivocó

Donald Trump es un error genético cometido por los dioses del cielo. Una equivocación imperdonable. Su voz aflautada, los andares de oso panda y un falso tupé en forma de marquesina municipal son la prueba de un cerebro defectuoso y, seguramente, bajo la influencia gravitatoria de un agujero negro. Tan negro, maldita sea, como el velo dominical de Bernarda Alba. Claro que el señor vicepresidente, ese tal J. D. Vance, parece como si acabara de quitarse el uniforme de guarda forestal. Para mí que su madre lo fermentó en el alambique multiuso del doctor Mabuse. ¿Y qué me dicen del secretario de Estado? Marco Rubio no es otra cosa que el chico hispano de los recados. Lleva en la cara el miedo racial por si un día lo mandan al paraíso cubano de Guantánamo. Recuerden el rostro de terror del pobre Zelenski cuando lo lincharon en el despacho oval, la nueva cámara de los horrores de Washington.

No entiendo cómo los chicos de la extrema derecha europea han canonizado a ese trío de fantoches. A no ser, claro, que les hayan conseguido entradas para ver a los Nicks. Aunque es más que probable que se hayan sumado a la nómina mensual del Departamento del Tesoro. No resulta difícil de imaginar las dimensiones millonarias que debe alcanzar el fondo de reptiles americano.

Pues resulta que en España, de repente, aparece Santiago Abascal en modo aizkolari y desvela que su liberalismo sólo era una forma estratégica de no perder la estela de los populares. Creo que no ha calculado bien el precio electoral que su partido pagará por el asunto de los aranceles. Ni tampoco creo que haya sopesado la oportunidad que del cielo le ha caído a Pedro Sánchez para exhibir al patriota que jamás llevó dentro.

Sin temor a equivocarme, auguro al señor Abascal y a sus tropas de regulares que los aranceles de su líder les hundirán en la miseria más profundamente que al comercio mundial. Todos los políticos deberían saber que cualquier gobierno puede dilapidar el dinero de los contribuyentes, saquear a la clase media a fuerza de impuestos y, si le da la gana, puede dedicarse a destrozar la agricultura y la ganadería. Sin embargo, si se le ocurre mandar al infierno, por una decisión política, el valor bursátil de las multinacionales y grandes corporaciones, silenciosamente se pondrán en movimiento ciertas fuerzas ocultas y primitivas que funcionan al margen de las normas jurídicas y constitucionales.

Miren ustedes cómo al señor Elon Musk, después de perder unos miles de maravedíes, se le ha borrado de la cara esa sonrisa de payaso televisivo. Alguien debería recordar al tito Donald que es muy peligroso alterar el flujo de las corrientes económicas que fluyen en las sombras, igual que los ladrones en la noche. Como a Donald se le vaya de las manos el juego de convertir al mundo en una selva negra y hostil, no le auguro una vida más larga de la que ya ha disfrutado. Cometería un error terrible para su salud si creyera que es el hombre más poderoso de la Tierra.

En mi opinión, haría bien en ir de visita al cementerio y tomarse unas birras con los hermanos Kennedy. Ellos le informarán que por encima de él existe un sanedrín y un brazo armado muy alejado de su influencia presidencial. Le contarán también que cuando ambos trataron de sacar a las tropas de Vietnam, arruinando el negocio multimillonario de las armas, firmaron al unísono su propia sentencia de muerte.

De manera, Donald, que jamás te permitirán que les hundas el tinglado de Ucrania. Y, mucho menos, que te salgas de la OTAN. Para esa gente los rusos siempre serán los rusos y tú, maldita sea, sólo eres el bufón descatalogado de la Fox. Acuérdate de los idus de marzo. Lo malo es que eres un jodido analfabeto sin la categoría que se requiere para el cargo. Un error genético de lo más grave.