Vuelven los catalanes a enzarzarse en un rigodón callejero. Al parecer, hay una perra en celo que lleva por nombre «Independencia» y unos y otros la quieren en exclusividad, como cuando doña Leopoldina regía los desahogos nocturnos de los habaneros. Ya pasó otro tanto allá por el treinta y siete. Según el libro de George Orwell, «Homenaje a Cataluña», dos bandos de la misma calaña roja convirtieron las calles de Barcelona en un campo de batalla, pero entonces no se jugaban las mil y una noches en el jardín perfumado de una perrera, sino el liderazgo de la revolución bolchevique que como un fantasma recorría España de uno a otro confín. Si no se lo creen, acudan ustedes a las páginas del libro «La revolución española», escrito por Andreu Nin, cofundador del POUM, un libro que es la prueba definitiva para que los historiadores del pesebre reconozcan de una vez por todas que la «democracia republicana» no fue otra cosa que la tapadera de un movimiento puramente revolucionario.

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Ahora quieren volver al combate. Por un lado tenemos a los herederos de aquella Ezquerra cuyas filas estaban cuajadas de asesinos. El primero de ellos don Luis Companys, que llegó a ejecutar, entre otras víctimas inocentes, a seis mil sacerdotes. Y por otro lado tenemos a los de Junts, es decir, a los de Convergencia y Unión, herederos de aquellos catalanes que heroicamente combatieron junto a los tercios morunos de Franco.

Estos catalanes, como es lógico, se pasaron a los nacionales porque la izquierda, UGT, ER, POUM, CNT, FAI, les había robado la mayoría de sus industrias. ¿Por qué se creen ustedes que ahora han huido de Cataluña más de nueve mil empresas? Pues porque temen otra rapiña del mismo jaez que en el siglo pasado. Y, para colmo, sin nadie en El Pardo que vele por sus intereses comerciales. Todo lo contrario. Ahora en Madrid vive un auténtico pelele de la política, y si la vicepresidenta segunda, doña Urraca, esa muñeca ridícula con su camisita y su canesú, le dice que expropie, el tío va y expropia. Vamos que si expropia.

Muchas veces he recomendado a los catalanes que consigan la independencia del condado a punta de bayoneta, como hicieron los americanos del norte cuando se quisieron separar de la corona británica. O sea que lo primero que tienen que hacer es inventarse un Thomas Paine, aquel periodista que con sus artículos fue capaz de levantar en armas a todo un ejército de colonos. Digamos que esa labor la puede llevar a cabo el marxista Jaume Roures, que tiene hilo directo con George Soros y demás tiburones de la rapiña mundial.

También necesitan un diplomático que recorra las cancillerías europeas en busca de reconocimiento y, sobre todo, de financiación. Si los americanos utilizaron la experiencia de Benjamín Franklin, el gran artífice de que la Europa continental apoyara su causa, bien podrían los catalanes aprovechar la prestancia plana y monosilábica de Rufián para una tarea semejante. Claro que para la actividad política, es decir, para la creación de la estructura jurídica de un verdadero estado, nadie como Ada Colau y Pilar Rahola, dos mujeres a la misma altura intelectual que Jefferson, Madison, Adams y otros juristas del congreso de Filadelfia.

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Naturalmente, los ejércitos catalanes tendrían que ser conducidos por un émulo de George Washington, y nadie mejor que el egregio Pere Aragonés, un caudillo de gran altura y varias medallas ganadas en las canchas de todo el mundo. Sin ir más lejos, la última la consiguió en Riad, capital de Arabia Saudita. Una pena que sólo fuera de plata, pero es que a veces los de El Pardo se vienen arriba cuando se acuerdan del Ebro y, sobre todo, de la pelliza zorruna del general Yagüe. Bueno, pues a ver si bailamos pronto otro rigodón.

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