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Cuando un político como Sánchez es un buen actor, sólo necesita detrás a un atajo de estrategas vendidos para llegar a lo más alto. Lo más alto, claro está, es el Palacio Real. Recuerden que lo primero que hizo Manuel Azaña al llegar a la Presidencia de la República fue sentar su antifonario de maricón en los baños de la realeza. Claro que el escollo que hay delante de Sánchez y sus piratas se llama Felipe VI, un señor algo más alto que él y mucho más querido por el pueblo. Seguramente, habrá pensado que el trono de su majestad caerá un día como fruta madura. De momento, el objetivo de Sánchez es disimular su dictadura bajo la bata de cola de la democracia. No en vano tiene muy cerca el ejemplo reciente del sinvergüenza de Maduro.
Naturalmente, a Sánchez y sus pegamoides aún les queda un camino arduo de recorrer. Sin embargo, la estratagema que han urdido para controlar el poder judicial ha empezado a dar sus frutos. Han conseguido, por ejemplo, mayoría ideológica en el Tribunal Constitucional. Una mayoría que ha convertido a la institución en lo que no es, o sea, un tribunal de justicia capaz de abolir sentencias refrendadas por el Tribunal Supremo. Se trata de la mayor fechoría perpetrada por una formación política desde los tiempos de Largo Caballero, aquel asesino sin escrúpulos. Históricamente, siempre son los socialistas quienes perturban la convivencia tranquila de los ciudadanos. Y todo por su afán de poder. No obstante, aún les queda por apagar varios fuegos. Me refiero, sobre todo, al juez Peinado, un suicida que, de momento, como una mosca cojonera, revolotea entre los pliegues íntimos del «monclovita». Ni siquiera el curilla Bolaños sabe cómo solventar la insistencia legal de este pobre señor. Un tipo duro, joder, el juez Peinado, a la altura de Humphrey Bogart en «El Halcón Maltés».
Sin embargo, aconsejo al juez que lleve cuidado y mire hacia atrás con ira o sin ella. Hay sicarios que por dinero están dispuestos a disparar al mismo corazón de Montesquieu. Recuerden aquel caso histórico del asesinato de don Juan de Tassis y Peralta, II conde de Villamediana. «Pueblo de Madrid, decidnos quién mató al conde, ni se sabe ni se esconde». Por cierto, el señor conde mantuvo camuflado, en su palacio de la calle Mayor de Madrid, un burdel de núbiles adonis para el regocijo de bujarrones de alta alcurnia. Hasta es posible que el conde sea un antepasado de nuestra dulce Friné.
De momento, el pájaro se ha negado a declarar, contratacando con una querella criminal por prevaricación. Este chico para ser inocente hay que ver la kermese heroica que ha organizado. ¿Acaso no sabe el joven sátrapa que un ruido excesivo es señal inequívoca de culpabilidad? Debería oír sus propias palabras, ante las cámaras de televisión, cuando el presidente Rajoy, como buen demócrata, declaró ante el juez en el caso de la Gurtel.
Naturalmente, el joven sátrapa ya sabe cómo birlar la corona del rey. Hasta puede que lo tenga previsto para antes del final de la legislatura. De momento, se ha atrevido a movimientos muy alejados de la senda constitucional. Delitos gravísimos que, sin un pronunciamiento de algún espadón republicano, puede que un día lo lleven a la cárcel. Más le vale tener contentos y entretenidos a los militares. De lo contrario, después del negocio presuntamente organizado por su señora, además de la amnistía anticonstitucional de esos bárbaros, el perdón ilegal a los ladrones de los ERE y la entrega de la llave de la caja a los rufianes de Ezquerra, siento decirle, señor Presidente del Gobierno, que lo veo de okupa en el chalet de Waterloo, soportando el olor a «butifarra» que habrá dejado el último inquilino. Bueno, siempre que el curilla Bolaños acceda a llevarlo en el maletero. Por ser usted.
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