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El gran maestro Yoda lo explicaba perfectamente. El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento y esa es la puerta de entrada al lado oscuro. Ese en el que se esconden los energúmenos que abuchean e insultan a niños y adolescentes que intentan disfrutar de sus deportes favoritos.
Hay mucho esfuerzo individual y familiar detrás de cada uno de esos jóvenes deportistas. Sacrificios, entrenamientos, madrugones, largas jornadas, frío, calor, … Pero no es menor el esfuerzo colectivo de una sociedad que fomenta el deporte como campo de entrenamiento de valores imprescindibles para la convivencia, como el compañerismo, el trabajo en equipo, el respeto, la tolerancia, el manejo de la frustración o la aceptación del fracaso. También como alternativa eficaz a hábitos muy peligrosos, tales como el sedentarismo o el consumo temprano de alcohol o drogas. Demasiados esfuerzos para que una actividad tan recomendable se haya convertido en fuente de bochornosas noticias cada fin de semana.
Cuándo y cómo ocurrió esa transformación es un misterio. Pero en algún momento pasamos de llamar Don a nuestro profesor del colegio a insultar a niños en público - produce pavor pensar qué harán en privado esos personajes-. Y ahora, con flemática naturalidad recibimos cada fin de semana la noticia de incidentes en un partido infantil o juvenil, en los que habitualmente el agresor es un adulto y el agredido, de manera verbal y en ocasiones también física, un menor. Nos hemos acostumbrado de tal manera al ruido, a la crispación y a la violencia, que aceptamos como normales unas escenas que hasta hace unos años hubiéramos juzgado inadmisibles. Pero poco puede criticarse a la ciudadanía cuando sus señorías, desde la responsabilidad que les otorga representar al pueblo, no tienen ningún reparo en montar una bronca monumental en el Congreso. Y sin necesidad de irse tan lejos, tampoco el último pleno municipal o el autonómico han sido ejemplos de ambiente respetuoso. Cabe preguntarse si el modelo de los políticos influye en la actitud de los ciudadanos, o si, por el contrario, de una masa social crispada nacen políticos crispados.
En cualquier caso, no tenemos remedio. El ser humano es el único ser vivo dispuesto a atacar a otros miembros de su especie sin ninguna razón relacionada con su propia supervivencia. Pero hasta hace un tiempo las normas básicas de convivencia servían de control para que esa agresividad no supurase. Algo ha cambiado y, a menos que tomemos conciencia de esta terrible amenaza y hagamos un esfuerzo individual de autocontrol, la situación va a ir a peor.
Mientras tanto, la Justicia ha comenzado a intervenir en los episodios vergonzosos que vemos cada fin de semana. Por mi parte, propongo que todos los padres, madres o espectadores que generen un espectáculo de este cariz, pasen a formar parte de un equipo deportivo. Tal vez así aprendan compañerismo, trabajo en equipo, respeto, tolerancia, manejo de la frustración y aceptación del fracaso. Que parece que se perdieron la clase ese día.
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