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Si tienes un problema social y no vas sobrado de visibilidad, no te queda otra que gastarte un pastón para convencer a un productor para que haga una serie de Netflix. En cuanto eso suceda, automáticamente, pasas del ostracismo más absoluto a estar en boca de todos. En las últimas semanas ha sucedido con la serie 'Adolescencia'. Para no hacer spoiler, la resumo en que ha habido un asesinato de un menor y hay unos problemas de acoso en redes sociales. Ha sido estrenar la serie y todo el mundo ha comenzado a hablar y opinar de las redes sociales y sus consecuencias. Está bien que visibilicemos y afrontemos este problema, pero tenemos que darle una pensada a eso de que hasta que no lo saca Netflix a la luz no tenemos un problema social real. El día que hagan un documental de las trolas de Pedro Sánchez es cuando este país despertará y habrá caceroladas después de cada capítulo. El poder de la 'N' roja es increíble.
Lo de las redes sociales es como el salvaje oeste. Estamos todavía en la época en la que un tipo con un carromato y su familia corría a conquistar territorio virgen. Veía un río, unos árboles y buen terreno para cultivar y ponía su bandera al grito de 'estos acres son míos'. Hemos visto en las películas que durante muchos años en el salvaje oeste no había ley y el Gobierno de EEUU parecía que se solo se preocupaba de las ciudades y población de las costas, ya que el interior quedaba en manos de un pobre sheriff que solía estar más solo que la una para imponer el imperio de la ley sobre sucios, vagos y maleantes bandidos que campaban a sus anchas.
Esto es lo que sucede con las redes sociales en la actualidad. Es decir, al principio es genial el descubrir paisajes increíbles y territorios que puedes coger para ti hasta que te alcanza la vista, pero después te vas dando cuenta de que sin orden y concierto lo del apellido 'salvaje' toma mucho protagonismo. Viendo las películas de indios y vaqueros o '1883', la precuela de 'Yellowstone', te das cuenta de que la esperanza de vida no existía y es que cruzabas la calle a por agua y acababas muerto por el fuego cruzado de un tiroteo, te pasaba por encima un carromato o un indio sioux te había quitado el injerto capilar de un plumazo mientras que gritaba como un descosido. Es lo mismo que te sucede en las redes sociales. No hace falta ni gastar un 3% de batería para que venga cualquiera y te mate virtualmente hablando. Ya sea insultándote con los mismos motivos que sioux, dándole a me gusta como el que se ríe borracho en una taberna cuando te meten un tiro o compartiendo un vídeo ofensivo emulando a la rueda de carro grande que te pasa por encima de la calle principal de un pequeño pueblo de Colorado.
Lo que sucede es que hasta que no pasaron décadas y décadas no se calmó el salvaje oeste. Ahora vas por la calle principal de Fort Worth (Texas), le disparas a un tipo y en unos minutos tienes a un policía apuntándote mientras que tu barbilla besa el suelo. ¿Vamos a tardar décadas en poner orden y concierto en el salvaje oeste de las redes sociales? Esa es la clave. Hay que acabar con la sensación de impunidad. Que los acosadores no tengan la idea de que están en un pueblo alejado donde no hay sheriff y pueden hacer lo que quieran.
No tenemos nada. Por lo menos en el western tenían a un John Wayne que salvaba a la humanidad sin aspavientos y con la única petición a cambio de que al final del día le dejaran beberse tranquilo un buen vaso de whisky. Al final iba a tener razón el profesor Michi Huerta que en la Facultad de Comunicación de la UPSA nos venía a decir que este mundo no sería mundo sin las películas del director John Ford.
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