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Hace cinco años por estas fechas, las bromas del coronavirus ya estaban tiñéndose de seriedad y es que ya no era la enésima enfermedad que amenazaba desde Oriente. Por aquellos días de marzo, mi mujer estaba siendo intervenida en un Hospital de Salamanca y estaba yo más centrado en mi hogar que en clave internacional. Escuchamos a las enfermeras hablar de que había un caso en Ciudad Rodrigo en los pasillos a la salida del quirófano. Yo todavía tenía reciente en mi mente toda la histeria colectiva que hubo que con la crisis del ébola, por lo que no estaba dimensionando muy bien lo que estaba sucediendo.
Eso sí, cuando me vi a los pocos días confinado ya cambió la cosa, y tanto que cambió. Pero que me pase a mí, una persona sin ningún tipo de responsabilidad política ni institucional, tiene un pase, pero que nuestro Gobierno se lo tomara a la ligera y cometiera todos los errores que se podían cometer sí que me parece muy grave.
Durante ese tiempo casi todos activamos el modo 'supervivencia' que se basaba en que nuestra familia y amigos estuvieran bien, tener papel higiénico en casa y que las empresas en las que trabajábamos no se las llevara por delante el virus. Lo siento, no sufría por los millones de personas que las estaban pasando canutas en todos los puntos del planeta. Y es que cuando el fin del mundo se acerca creo que la pirámide de prioridades se va modificando a la velocidad de la luz.
Una de las pocas cosas buenas que trajo el coronavirus y la pandemia es un filtro espectacular para diferenciar lo superfluo de lo que verdaderamente importa. El personal ha visto las orejas al lobo y ha dejado de perder el tiempo en luchar mentalmente con cosas que no están en su mano y que en la mayoría de los casos están programadas para el futuro. ¿Dónde estaré en 20 años?¿Habré pagado la hipoteca para el 2050?¿Seguirá fulanito enfadado conmigo por lo de 2014?¿Hice bien en tomar aquella decisión? Todas esas dudas existenciales que muchas veces son una losa muy pesada de cargar con ella desaparecieron. La sociedad se dio cuenta de que esto se vive solo una vez y que perder el tiempo con la calculadora vital para intentar saber qué pasará es una tontería.
Fue un reseteo que creo que nos vino bien. El cerebro descansó al pensar que la familia y amigos cercanos estaban a salvo y que el resto de los problemas se evaporan cuando estás en modo supervivencia. Eso sí, pensaba que esta mejora individual también se podría extender al colectivo. Alguna noche de confinamiento en el centro de Salamanca (nunca se ha dormido mejor en el corazón de la capital del Tormes sin un ruido) soñé que mejoraríamos como sociedad y que saldríamos mejores de esta. Sí, la ingenuidad no se la lleva ni una pandemia mundial. Estamos mucho peor que antes.
Además, durante esos meses descubrí cosas en mi interior que nunca pensé que ocurrirían. Por primera vez en mi vida me alegré de que esta pandemia del coronavirus llegara a España con un Gobierno de izquierdas. En serio, de lo contrario hubiera sido una pesadilla todavía mayor. Si hubiera estado el Partido Popular en Moncloa las calles hubieran ardido con el primer amago de confinamiento, pero con los sindicatos en la cueva con su hibernación cíclica, cuando es la zurda la que sostiene el bastón de mando, y con todos los enemigos del Estado dentro del Consejo de Ministros no hubo ni una voz más alta que otra en la calle.
No salimos mejores como sociedad después de la pandemia, pero como personas creo que un poco más vividos sí que estamos y eso siempre suma.
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