Lo del fútbol base y las guerras que se montan fin de semana sí y fin de semana también es de traca. En las últimas horas un entrenador del cadete C de Unionistas ha sido expulsado del club por montar un circo en un partido e intentar agredir al árbitro. El fútbol en estas categorías debería ser el más puro y más bonito, pero algunos no entienden de qué va esto y pervierten el ecosistema. Está a la orden del día que una patrulla de la Policía o de la Guardia Civil acabe en un campo de fútbol apaciguando los ánimos después de peleas y amenazas.

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Meses atrás un matrimonio amigo me preguntaba que estaban dudando en si inscribir a su hijo a un equipo de fútbol. El pequeño está alucinado con la pelota y aunque no se sabe ni las reglas ni nada parecido, le chifla darle patadas al esférico. Mis amigos me contaban que tenían miedo de entrar en ese mundillo de los partidos del fútbol el sábado por la mañana ya que no les apetecía nada que su hijo tuviese que vivir determinadas estampas de padres fuera de sí, haciendo el ridículo gritando en un partido de prebenjamines. Son conscientes de que al chaval le encanta el fútbol, pero reconocen que se sienten más cómodos si su hijo hace otros deportes. Les comprendo a la perfección, pero acabarán cediendo a la ilusión del aspirante a futbolista.

Esto que les pasa a mis amigos es lógico y normal. El fútbol base tiene muchas virtudes que ayudan al aprendizaje de cada persona más allá del resultado. Compañerismo, juego en equipo, esfuerzo, sacrificio… Todo ello es necesario en la mochila de formación de la vida y yo diría que debería ser obligatorio que todos los niños pasaran por esa fase en el deporte que más les guste. Pero es que los salvajes que hay en los campos de fútbol de formación son tela marinera.

Curiosamente, los especímenes son todos adultos y lo único que hacen es manchar el juego y la infancia de los menores. Mi teoría es que no se sitúan y viven una realidad paralela. Es decir, normalmente, los que protagonizan este tipo de conflictos son progenitores que están viendo un partido en Garrido y se creen la madre de Mbappé o el padre de Neymar. Hay que explicarle a estos señores que tienen más probabilidades de que les toque el Gordo de Navidad que de lograr que su hijo les retire tras convertirse en una estrella mundial. E iría más allá. Lo mismo llega a ser figura mundial, pero como no le eduques acabará con una artista de la pista y no le volverás a ver nada más que por la televisión. Que no solo salen Iniestas, que también hay mucho personaje que cae en las redes de la primera choni y su vida se convierte en un cuadro de lo más hortera.

En ocasiones, los entrenadores también tienen que saber dónde están. Hay algunos casos, por suerte los menos, que se creen que pelean con Ancelotti y Guardiola por el premio a mejor entrenador y que el partido de benjamines D del domingo es más importante que la final de la Champions. Hay por ahí cada iluminado que si fuera por él se llevaba a su prebenjamín C de pretemporada en agosto para ir afinando conceptos de cara a la durísima temporada que les espera.

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El problema es grave. La Federación poco puede hacer ante padres forofos y entrenadores venidos a más, pero también es muy injusto que se manchen unas competiciones en las que miles de niños y adolescentes se lo pasan pipa. El caso es que como sigan así, por estos derroteros, el fútbol base tendrá más padres como mis amigos que dudarán si meterse en el jaleo de ir a la guerra un sábado por la mañana, con las manos en guardia para tapar las orejas a su hijo para que no escuche lo que se dice en la grada.

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